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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bicefalia y esquizofrenia

El candidato socialista deberá ponderar entre la continuidad de las políticas del Gobierno y el cambio

José María Ridao

Las encuestas no reflejan ningún cambio en el electorado tras el movimiento sucesorio en el interior del PSOE, y es probable que sus dirigentes caigan en la tentación de creer que aún es demasiado pronto para que lo hagan. Es verdad que apenas han transcurrido dos semanas desde las elecciones municipales y autonómicas que concedieron una rotunda victoria al Partido Popular, y que el nuevo candidato socialista no está siquiera designado de forma oficial. Pero es que, para cuando lo sea, previsiblemente el 2 de julio y no a mediados de junio, como se señaló en un principio, la noticia estará descontada a todos los efectos, empezando por los electorales. El Partido Socialista celebrará en esa nueva fecha un acto innecesario hacia el exterior, por más que, hacia el interior, resulte imprescindible culminar el procedimiento.

La situación en la que se ha colocado el Partido Socialista después del último comité federal, en el que se optó por convocar unas primarias sin contrincantes, no es tanto de bicefalia como de esquizofrenia. Bicefalia sería que dos dirigentes distintos compartieran la responsabilidad de impulsar un mismo programa. La situación actual se caracteriza, sin embargo, por el hecho de que un dirigente está obligado a impulsar un programa que lleva a perder las elecciones, mientras que el otro tiene pendiente formular uno diferente desde el que intentar ganarlas. El eslogan de “cambio y continuidad” que empleó el seguro candidato no es la solución del problema, es solo el enunciado de una aporía o, en otras palabras, el reconocimiento implícito de que el Partido Socialista se ha metido en una ratonera. Con el agravante de que, de mantenerse en el Gobierno, el seguro candidato estará obligado a defender como portavoz del Consejo de Ministros las políticas que, como futuro cabeza de cartel socialista, necesita desmentir.

Si hay más continuidad que cambio, el candidato ya puede dar las elecciones por perdidas

La conferencia política que se celebrará a la vuelta del verano no parece un instrumento suficiente para resolver la contradicción. No porque no sea capaz de improvisar un programa, que seguro que lo es, sino porque, dependiendo de cómo sea ese programa, alguien acabará asumiendo las responsabilidades por la derrota del 22 de mayo, un ejercicio inevitable al que los dirigentes del Partido Socialista se han resistido y cuyos plazos ya se han agotado. Si en el programa que salga de la conferencia política hay más cambio que continuidad, el Gobierno quedará como un asteroide respecto de su propio partido. Pero si hay más continuidad que cambio, el candidato puede dar las elecciones por irremisiblemente perdidas. El equilibrio entre una cosa y otra parece imaginable desde el punto de vista teórico, aunque en la práctica tenga difícil, por no decir imposible, traducción. Además de que un programa que buscara establecer un equilibrio entre cambio y continuidad no se distinguiría gran cosa de un programa directamente inane.

El presidente del Gobierno y el seguro candidato se han mostrado convencidos de que su excelente sintonía personal contribuirá a sortear las dificultades. Aun librándose a una extenuante profesión de fe en estas declaraciones, para lo que convendría olvidarse por completo de la trayectoria de quienes las han hecho, sería necesario conocer si, aparte de la sintonía personal y demás músicas celestiales, disponen de algún otro mecanismo para desactivar las más que previsibles tensiones que se producirán hasta las elecciones generales, comenzando por la elaboración de las listas en una fuerza política que no tiene cargos que repartir, sino innumerables cesantías. Porque, tarde lo que tarde en aflorar, el campo de batalla en el que se está adentrando el Partido Socialista es decidir quién se hace con su control tras la previsible derrota en las elecciones generales, se adelanten o no. La fórmula de las primarias dota al candidato de una escopeta de un único disparo. Si pierde, se acabó, salvo que, en un nuevo arranque de esquizofrenia, y no ya de bicefalia, el Partido Socialista eligiera como secretario general en un congreso a un candidato derrotado en las urnas. Y esto lo saben tanto los aspirantes a secretario general tras las elecciones como el seguro candidato, para quienes, por tanto, no resulta indiferente el momento en el que se celebre el congreso.

Claro que, ante la aporía, ante la ratonera en la que se ha colocado el Partido Socialista tras el último comité federal, sus dirigentes podrían recurrir una vez más al mantra del manejo de los tiempos. Confiar en él condujo al desastre del que hoy trata de recuperarse el Partido Socialista a la desesperada, intentando que, después de tanto, no sean finalmente los tiempos los que lo manejen. Entre tanto, el Partido Popular se frota las manos imaginando las tardes de gloria que todavía puede ofrecer el espectáculo.

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