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Siempre a contracorriente

Las dos ocasiones en las que Margarita Robles ha ocupado cargos relevantes han coincidido con los peores momentos del PSOE

Margarita Robles.
Margarita Robles.Bernardo Pérez

Margarita Robles (León, 1957) siempre ha ido a contracorriente de todo y nunca ha dejado de estar presente en grandes acontecimientos judiciales y políticos desde los años 80. Y casi siempre en posiciones heterodoxas y minoritarias.

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No es casual que las dos ocasiones en las que ha ocupado cargos relevantes hayan coincidido con los peores momentos del PSOE: en 1993 cuando fue secretaria de estado de Interior en el último Gobierno de Felipe González, al final de la hegemonía política socialista, y ahora con el PSOE intentando sobrevivir. Robles siempre a contracorriente.

Tenaz, trabajadora, fiel a sus principios, defensora radical de derechos humanos y preparada para sus amigos.

Intrigante, perejil de todas las salsas, experta en conspiraciones, zascandil e imprevisible para sus detractores, muchos de ellos dentro del PSOE y sus aledaños.

En todo caso, Margarita Robles nunca se calla, no acepta la disciplina por la disciplina si cree que tiene razón, hasta rozar la cabezonería.

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También fue pionera en la carrera judicial: primera de su promoción, primera presidenta de sala de una audiencia y primera presidenta de la Audiencia de Barcelona en los 80.

Fundadora y activa militante de Jueces para la Democracia, nunca se ha perdido una conferencia, congreso o actividad de la asociación progresista.

Fue a contracorriente en 1986 cuando hizo un voto particular en contra de la opinión de una veintena de jueces de Barcelona que rechazaron imputar al entonces todopoderoso presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, por Banca Catalana. Junto a otros ocho jueces se opuso al archivo que apoyaba el Gobierno de Felipe González.

En Interior fue activa para la persecución judicial de los GAL, a pesar de que se trataba de combatir a una parte del PSOE. Desde el Ministerio del Interior impulsó la investigación de casos de guerra sucia que acabó, por ejemplo, con el entonces general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo en la cárcel. Y no era fácil porque mientras otro sector del Gobierno de Felipe González ascendía y condecoraba al que luego fue considerado responsable del secuestro y asesinato de Lasa y Zabala.

Es decir, ironías de la política, sin ella no se hubiera esclarecido el doble asesinato de la cal viva, al que hizo referencia Pablo Iglesias en la tribuna del Congreso para criticar al PSOE y a Felipe González.

Fue impulsora de medidas para erradicar la tortura en dependencias policiales, con una política implacable de defensa de los derechos humanos.

A contracorriente fue defensora del diálogo con ETA y el acercamiento a su entorno en un momento en el que no era fácil sostenerlo. Partidaria de medidas de reinserción para presos de ETA y de vías como la de Nanclares para la reconciliación. Estableció buenas relaciones con el PNV para colaborar en esas tareas.

En 2008 fue elegida vocal del Consejo General del Poder Judicial y, fiel a su trayectoria, se convirtió en martillo del entonces presidente Carlos Dívar tras publicarse en EL PAÍS a que hizo viajes privados a cargo del Presupuesto público. Luego fue el martillo del entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, y sus leyes de reforma de la Justicia.

Robles ha estado siempre enfrentada al exjuez Baltasar Garzón, condenado por el Tribunal Supremo.

De convicciones religiosas y promotora de la igualdad de la mujer en la cúpula de la Justicia, tarea a la que estaba dedicada en este momento. Es magistrada de la sala tercera del Supremo. Su trayectoria de heterodoxa la hace imprevisible para someterse a la disciplina de un grupo parlamentario.

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