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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Despierte, presidente

Rajoy se esconde de la realidad, se marcha para quedarse y afronta la segunda semana de negociaciones con el fantasma del caso Bárcenas

Nunca pudo sospecharse que Mariano Rajoy llevaría tan lejos el principio budista de la creatividad pasiva. Se trata de esperar que los hechos se manifiesten por sí solos, abusando de una actitud contemplativa en flagrante contradicción con sus obligaciones políticas, institucionales y ejecutivas. Despierte, presidente.

Rajoy elude el trance de la investidura porque no quiere exponerse al escarnio de su aislamiento y degradación. Entiende que la mejor manera de eludir la realidad consiste en escondérsela a sí mismo. Si no hay votación, no hay derrota. Un planteamiento infantil que Rajoy está dispuesto a dilatar en una eterna provisionalidad, acaso pensando que el hipotético fracaso de Sánchez en la intentona de una investidura le devolverá la posición de croupier y las razones para redimirnos.

Hubiera hecho bien el presidente en evitar el escarnio del Congreso si fuera consecuente con la iniciativa. Rajoy se marcha al tiempo que vuelve. No se presenta, pero quiere presentarse. Considera que el candidato único es él. Y atribuye a su victoria en las elecciones —perdió un tercio de los diputados— una suerte de poder supersticioso.

Rajoy ha rechazado la propuesta regia de postularse a la investidura, desmintiéndose a sí mismo —había garantizado que iría al ceremonial— y recreando un desplante el jefe del Estado que le ha concedido unas semanas de vida. El reloj no se ha movido, acaso como alegoría inequívoca del inmovilismo marianista. Y ya decía Woody Allen que hasta los relojes estropeados aciertan la hora dos veces al día.

Impresiona no ya la lealtad de los populares al presidente sino la sumisión. Han elogiado su audacia estratégica con el gesto de evitar la humillación de la investidura, pero tantos elogios al tacticismo del gran jefe se antojan inútiles para encubrir que Rajoy es el problema del Partido Popular. No ya en la ensoñación de una investidura, sino en la eventualidad de unas elecciones anticipadas. Podría repetirse un escenario idéntico al contemporáneo porque idénticos son el candidato y el tabú que representa Rajoy en las negociaciones. O podrían sucederle cosas peores, sobre todo si el espectro de Luis Bárcenas se le vuelve a presentar identificando al presidente que le nombró tesorero y le habilitó un despacho en Génova para recibir. Tanto impresionó la argucia marianista del viernes —"señores, he decidido irme para quedarme", sobrentendía el mensaje—, que los periodistas olvidaron preguntar a Rajoy sobre la imputación del PP por la destrucción de los discos duros. Tenía sentido exponerlo a las cuestiones porque Rajoy es el presidente del partido, el enlace generacional y jerárquico de aquellos tiempos y aquellos papeles, y la razón última para abrir en canal la cuestión sucesoria.

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