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Un viaje sin freno hacia el precipicio

La entrada del exministro Rato en el mundo financiero precipitó su final

Íñigo de Barrón
Rodrigo Rato en una foto de 2012.
Rodrigo Rato en una foto de 2012.ULY MARTÍN

Quienes le conocen creen que Rodrigo Rato (Madrid, 1949) ha perdido la mesura en estos últimos años. “Parecía que había dejado de tener contacto con la realidad y era una persona poco centrada”, explica un directivo bancario que ha tenido contacto frecuente con él. Y añade que, desde mayo de 2012, cuando dimitió como presidente de Bankia, era una persona normal, pero seguía representando su “personaje”.

Lo cierto es que Rato despierta (o despertaba) la admiración de muchas personas mientras que para otras era un hombre de éxitos solo aparentes. Es probable que cuando se analice su biografía con mayor distancia se le describa como el protagonista de un viaje sin freno hacia el precipicio.

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Tras ocupar importantes posiciones en el PP, llegó al Gobierno de José María Aznar en 1996 como superministro de Economía y Hacienda, el segundo hombre más importante del Gobierno. Conoció el poder económico y político, donde se desenvolvió con naturalidad. Una de sus banderas fue la lucha contra el fraude. En una rueda de prensa, en julio de 1996, pronunció dos frases que hoy suenan como un disparo en su contra: “Los que hacemos el esfuerzo de contribuir como marcan las leyes nos vemos seriamente perjudicados por el crecimiento del fraude”. Y otra más: “No puede darse la sensación de que los impuestos siempre los pagan los mismos y las regularizaciones favorecen a los de siempre”.

Rato fue considerado el mejor ministro de Economía de la democracia por el fallecido Emilio Botín, presidente del Santander. Bajo su mandato se crearon cinco millones de empleos; le llamaron “el gran artífice del milagro español”. Algunos recuerdan que ello se logró con la liberalización del suelo y el calentamiento de una burbuja que estalló tres años después de abandonar el Gobierno.

En 2004, tras perder las elecciones el PP y no ser nombrado presidente del partido, puso rumbo a Washington cuando fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Tenía a gala que contó con el apoyo del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para llegar a un puesto que le convertía en un “hombre de Estado”. Fue su momento cumbre. A partir de ahí, se inician movimientos erráticos que decepcionan a parte de sus seguidores. Abandona el cargo a mitad de mandato, en 2007, sin advertir de la gigantesca crisis financiera internacional que estaba a punto de estallar. Dejó a España sin un puesto excepcional y no dio explicaciones a nadie, lo que se repetirá en otras ocasiones.

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Luego llegó su incorporación al mundo financiero, que le arrastró a su caída, quizá por la fortuna que amasó y la sensación de impunidad. Fichó por el banco Lazard, donde cobró casi diez millones, y, en enero de 2010, llegó como salvador de Caja Madrid. “Rato no sabía del negocio minorista, pero lo peor era que no era consciente de su ignorancia ni de lo mal que estaba la entidad. Siempre creyó que la economía y el Gobierno le ayudarían”, cuenta un excolaborador.

Botín le consideró el mejor ministro de Economía de la democracia

Con estas creencias asumió la presidencia de Bankia, en plena crisis, y aceptó fusionarse con Bancaja, lo que supuso firmar su sentencia de muerte como entidad: el ladrillo lo arruinó todo y Rato no gestionó la búsqueda de una salida. “Estaba a otras cosas, no a Bankia”, dice un empresario que le trató con frecuencia. Llegó a ser consejero de Telefónica, el Santander y La Caixa. Carmen Gurruchaga publicó en su libro El gran artífice que decidió la salida a Bolsa para ganar capital y evitar caer en manos del Gobierno de Zapatero, un análisis absurdo para lo que estaba ocurriendo.

Rajoy le aupó a la cumbre financiera y le quitó el 7 de mayo de 2012, bajo la presión del FMI, EE UU y el BCE. Desde entonces su imagen se asocia a la Audiencia Nacional: la salida a Bolsa, las tarjetas black, las preferentes y los pitidos de ahorradores timados. Tras una vida de opulencia, fue acusado de estafa, falsedad, delito societario y apropiación indebida. Estos cargos parecían terribles; desde este jueves parecen menores comparados con los de alzamiento de bienes, blanqueo de capitales y fraude que han llevado a su detención. Dijo ser “una cabeza de turco” del PP ante las elecciones, pero el fiscal disiente.

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Sobre la firma

Íñigo de Barrón
Es corresponsal financiero de EL PAÍS y lleva casi dos décadas cubriendo la evolución del sistema bancario y las crisis que lo han transformado. Es autor de El hundimiento de la banca y en su cuenta de Twitter afirma que "saber de economía hace más fuertes a los ciudadanos". Antes trabajó en Expansión, Actualidad Económica, Europa Press y Deia.

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