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La gran campaña anticorrupción en China afianza el poder de Xi Jinping

Unos 80.000 funcionarios han sido castigados en menos de dos años

Macarena Vidal Liy
El político Bo Xilai durante la vista judicial en la corte de Jinan, el pasado 22 de agosto.
El político Bo Xilai durante la vista judicial en la corte de Jinan, el pasado 22 de agosto.REUTERS

Automóviles llenos de lingotes de oro. Millones en efectivo dentro del cajón. Escrituras de propiedades inmobiliarias por docenas. Son algunos de los excesos de los funcionarios investigados dentro de la campaña contra la corrupción del Gobierno chino. El presidente del país, Xi Jinping, aseguró al llegar al poder en 2012 que el problema estaba tan extendido que ponía en peligro la mera supervivencia del sistema. Su campaña, que dura ya dos años y en la que se han visto castigadas decenas de miles de personas, se está demostrando como la más larga y dura de la historia reciente. Y como un instrumento muy efectivo para que Xi acapare poder.

Tan solo en la última semana, tras el anuncio el pasado día 5 de la detención del exresponsable de los servicios chinos de seguridad Zhou Yongkang —otrora uno de los nueve hombres más poderosos del país y por ende considerado intocable—, se ha dado a conocer la condena a cadena perpetua del exresponsable del sector de la energía, Liu Tienan, y la condena a muerte, la primera por cargos de corrupción en tres años, del ex director general de la empresa estatal Baiyun, Zhang Xinhua.

Las cifras de la Comisión Central para la Investigación y la Disciplina (CCID), el órgano del Partido Comunista encargado de la supervisión interna, hablan de 80.000 funcionarios castigados en la campaña contra la corrupción de “moscas” y “tigres” (personas de todos los niveles) desde enero de 2013 y hasta el 31 de octubre de este año. Además, hay decenas de miles de investigados.

En parte, se trata de una maniobra auténtica para mejorar la gobernabilidad y la legitimidad del régimen, donde la corrupción ha socavado la confianza de los ciudadanos. La campaña —y Xi como su promotor— es inmensamente popular entre los ciudadanos.

Mediante la limpieza en el Ejército, Xi facilita el camino para crear unas fuerzas armadas modernas y profesionales. Los relevos al frente de las empresas estatales permiten poner en marcha una serie de reformas en el sector muy necesarias para reactivar una economía que empieza a dar señales de desgaste.

"Xi está utilizando la lucha contra la corrupción como una poderosa arma política para castigar a sus enemigos"
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“La lucha contra la corrupción está creando un entorno sano para la reforma y la apertura. La lucha contra la corrupción y la acometida de reformas son dos pilares que se apoyan mutuamente. La profundización en las reformas también facilita la lucha contra la corrupción”, señala el profesor Li Chengyan, del Centro de Estudios sobre Gobierno Limpio de la Universidad de Pekín.

Pero la iniciativa también ha servido para consolidar la autoridad del presidente chino, que ya acapara más poder que ningún otro líder del país desde la época de Deng Xiaoping (en los años ochenta del pasado siglo). Al limpiar sectores como los servicios secretos, el estamento militar —donde no quisieron meterse sus predecesores Hu Jintao o Jiang Zemin— y las empresas estatales, y colocar a sus aliados, se asegura la lealtad de sectores clave para el control del país. Y se quita de encima a enemigos y posibles rivales.

Según apunta el analista político de la Universidad China de Hong Kong Willy Lam, Xi Jinping en parte “está utilizando la lucha contra la corrupción como una poderosa arma política para castigar a sus enemigos”. Dados los ingentes niveles de corrupción en el país, “la pregunta es ¿cuál es el criterio?, ¿a por qué funcionario ir primero? La respuesta es ir en primer lugar a por los enemigos políticos... Desde los años de Mao Zedong las acusaciones de corrupción se han empleado como un arma contra los enemigos políticos”, prosigue.

Bo Xilai, condenado a cadena perpetua por corrupción el año pasado y que hasta su caída en desgracia en 2012 estuvo considerado un potencial rival de Xi, puede dar fe de esta táctica.

Han sido significativas las primeras reacciones oficiales tras la detención de Zhou. El Ejército, que ha visto detenido a su antiguo número dos, el general Xu Caihou, ha expresado su apoyo a Xi en un seminario al que fueron convocados los principales mandos el pasado lunes. El Comité Central del Partido Comunista en Sichuan, una de las bases de poder de Zhou, emitió un comunicado para comprometerse a “salvaguardar conscientemente la unidad del partido”.

Una gran incógnita es hasta qué punto podrá el presidente chino mitigar la corrupción de modo que deje de amenazar la legitimidad del partido. Pese a la campaña, China ha caído en el último año 20 puestos en la clasificación que elabora anualmente Transparencia Internacional, y se encuentra ahora en el número 100 de un total de 175.

También está por ver si Xi quiere llegar hasta el fondo, dado lo extenso del problema en el régimen. El jueves se anunció que la Comisión Central para la Investigación y la Disciplina examinaría, por primera vez, los departamentos centrales del Gobierno y del Partido Comunista; incluido el Comité Central. Pero la CCID, después de todo, no deja de ser un mecanismo interno por el que el partido se vigila a sí mismo. Y activistas como Xu Zhiyong, del Movimiento Nuevo Ciudadano, han sido condenados en 2014 a años de cárcel por solicitar más transparencia y la divulgación de los bienes propiedad de los líderes. “El Gobierno no tiene voluntad de acometer ninguna reforma política y de permitir que los medios o el Legislativo desarrollen un papel significativo en la supervisión de la burocracia. No creo que una campaña sin estos elementos pueda sostenerse”, afirma el profesor Joseph Cheng, de la City University de Hong Kong.

Con un plan de cinco años contra la corrupción lanzado a finales del año pasado, la campaña contra esta lacra aún tiene por delante un largo camino. Caerán aún más “moscas” y algunos “tigres”. Pero que nadie pida las cuentas de los líderes.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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