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Cristina Fernández choca con la realidad argentina

El Gobierno kirchnerista, forzado por la crisis, se abre a pactos y políticas de transparencia impensables hace un año

Francisco Peregil
Dos personas duermen en una acera en Buenos Aires.
Dos personas duermen en una acera en Buenos Aires. ENRIQUE MARCARIAN (REUTERS)

Hay una frase que el filósofo español José Ortega y Gasset pronunció en 1939 y aún resuena en la memoria colectiva de Argentina: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!”. Continuaba así: “Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”.

El problema está en saber qué son “las cosas”. Para los presidentes Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández las cosas tal vez guarden una relación muy estrecha con los 407 cómplices de la dictadura (1976-1983) ya encarcelados; o con un crecimiento promedio del país en diez años superior al 7%; o con un desempleo que disminuyó diez puntos durante la década kirchnerista (del 17,3% al 7,1%). Para el Fondo Monetario Internacional, sin embargo, “las cosas” tienen mucho que ver con la veracidad de las estadísticas. Y durante los últimos siete años el Gobierno hurtó a los argentinos y a la comunidad internacional las cifras reales sobre los precios. Llegó a multar a las consultoras privadas que publicaban un índice de precio dos veces superior al oficial. Con motivo de la apertura del año legislativo, la presidenta, Cristina Fernández habló durante tres horas en el Congreso sin pronunciar la palabra inflación. El anterior ministro de Economía, Hernán Lorenzino, pasó a la historia por contestar a una periodista griega que le preguntó sobre la inflación con un memorable “me quiero ir”. De esa forma, alejándose de las cifras reales, los Gobiernos de Kirchner y Fernández evitaron pagar el equivalente a 9.700 millones de euros en concepto de bonos y deudas cuyos intereses crecían (o se frenaban) al ritmo de la inflación.

La mentira fue posible porque parecía no repercutir en los bolsillos de los ciudadanos. Los sindicatos conseguían cada año subidas salariales por encima de la inflación. En el último año llegaron a incrementos superiores al 25%. El Gobierno no sufrió ningún coste electoral por manipular las estadísticas. Fernández fue reelegida en 2011 con el 54% de los votos. Pero el engaño duró hasta que el FMI amenazó con expulsar a Argentina. Y ahora, los mismos técnicos que llevaban siete años mintiendo destaparon en enero un nuevo índice de precios con un aumento mensual (3,7%) tres veces superior al que se venía presentando. Fue un gran giro de la presidenta hacia los objetivos de los economistas más ortodoxos. Pero no iba a ser el único.

El 22 y 23 de enero el Gobierno permitió la mayor devaluación del peso en 12 años. Después subió las tasas de interés del peso y autorizó —tras un año de prohibiciones— la compra de dólares para ahorro. Todas ellas eran medidas que venía reclamando la oposición. Además, el jueves firmó un acuerdo con Repsol para compensar la expropiación del 51% de sus acciones en YPF mediante el pago en bonos de 5.000 millones de dólares. Y ahora intenta llegar a un acuerdo de pago con los acreedores del Club de París, foro de 19 países a los que Argentina debe unos 9.500 millones de dólares.

¿Qué le ha pasado al Gobierno para imprimir esos cambios? El historiador económico Pablo Gerchunoff señala: “Cuando tienen plata, los Gobiernos hacen lo que piensan. Y cuando no tienen plata, todos los Gobiernos hacen lo mismo. Lo que ha hecho ahora Cristina es un viraje de la política económica para garantizarse la supervivencia de su Gobierno. Y creo que lo está consiguiendo”.

El sinceramiento del Gobierno con las cuentas sobrevino la misma semana en la que The Economist publicó un editorial donde afirmaba que Argentina es “un desastre”, y que Cristina Fernández, no es más que “la última de una sucesión de populistas económicamente analfabetos, que se remonta a Juan y Eva (Evita) Perón, y antes también”. Reconocía que el país había tenido mala suerte a lo largo de su historia, pero indicaba que la mala suerte no es el único culpable. “Debido a su economía, su política y su renuencia a reformar, la decadencia de la Argentina ha sido en gran parte autoinfligida”, señalaba.

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A esa crítica se sumó el pasado jueves, la del columnista Roger Cohen, quien escribió en The New York Times: “Hace 25 años me fui de un país con hiperinflación (5.000% en 1989), fuga de capitales, inestabilidad monetaria, intervencionismo estatal de mano dura, disminución de las reservas, la industria no competitiva, fuerte dependencia de las exportaciones de materias primas, algo que reaviva fantasías peronistas y un complejo de sentirse en el fondo del mundo. Hoy la inflación es alta y no híper. Fuera de eso, no mucho ha cambiado”. Cohen esgrime que buena parte de la culpa de ese estancamiento tiene que ver con el general Juan Domingo Perón (1895-1974). “Argentina inventó su propia filosofía política: una extraña mezcolanza de nacionalismo, romanticismo, fascismo, socialismo, conservadurismo, progresismo, militarismo, erotismo, fantasía, musical, desconsuelo, irresponsabilidad y represión. El nombre que se lo dio a todo esto fue peronismo. Ha resultado imposible de hacerlo cambiar”, concluye.

A Cohen le replicó el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich: “Cuando se habla de que la Argentina es una nación aún drogada por ese quijotesco brevaje llamado peronismo, es una ofensa sistemática a un movimiento profundamente democrático, humanista y cristiano”.

Salvo dos excepciones, el peronismo venció en todas las elecciones presidenciales disputadas en los últimos 30 años. Eso no es óbice para que una parte de la sociedad, en la que se inscribe el historiador argentino Federico Finchelstein, profesor de la New School for Social Research, considere que esos Gobiernos de corte "populista" utilizaron políticas "escapistas" de negación de la realidad. "Esa negación de la realidad se ha vuelto más evidente en estos tiempos", afirma Finchelstein. “Bajo las presidencias del matrimonio Kirchner la mirada oficial fue manipulando datos e inventando narrativas míticas sobre el presente y el pasado. Así, en la mirada del kirchnerismo las víctimas de la dictadura (1976-1983) fueron militantes 'proto-kirchneristas”.

El escritor y columnista de La Nación Jorge Fernández-Díaz va más allá y sostiene que la culpa de esa decadencia no corresponde de forma exclusiva al peronismo ni tampoco a la Unión Cívica Radical, el partido de centro izquierda que gobernó con Raúl Alfonsín (1983-1989) y Fernando de la Rúa (1999-2001). “Es posible”, escribió Fernández-Díaz en su diario, “que nuestra perpetua cuesta abajo se deba a la violencia de las dictaduras militares, a la ineptitud económica de las breves gestiones del radicalismo y a la irresponsabilidad inescrupulosa de los largos Gobiernos peronistas. Pero violencia, ineptitud e irresponsabilidad no son palabras que puedan aplicarse sólo a la clase dirigente, puesto que cada una de esas experiencias históricas tuvo la adhesión silenciosa o explícita de la sociedad argentina”.

El debate no termina aquí. Unos lamentarán la “perpetua cuesta abajo”, mientras Fernández repite que el país creció en 10 años como nunca lo hizo en dos siglos. Mientras tanto, la nave va. Soporta una inflación en torno al 30%, pero sigue a flote y acaba de superar el precipicio de una segunda devaluación. Unos dirán que avanza como nunca y otros que lleva parada demasiadas décadas en el mismo sitio.

 

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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