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JUAN MANUEL SANTOS | PRESIDENTE DE COLOMBIA

“Me imagino a representantes de las FARC sentados en el Congreso”

El mandatario explica esta semana en Europa los avances económicos de su país. Primero en España en el encuentro Invertir en Colombia y después en Suiza en el Foro de Davos. En esta entrevista, analiza la negociación con las FARC

Javier Moreno
Juan Manuel Santos, en la sede de la Presidencia de Colombia durante una entrevista en septiembre.
Juan Manuel Santos, en la sede de la Presidencia de Colombia durante una entrevista en septiembre.Jose Cendon (Getty)

En muy raras ocasiones dispone un mandatario de la oportunidad de cambiar la historia de su país.

Entiéndase bien, cambiar la historia de su país de modo que su obra se inscriba en los anales del arte de gobernar; mejore de forma sustancial el bienestar de sus conciudadanos; coloque a su patria en una senda radicalmente distinta y mejor de la que había recorrido hasta ese momento y, en general, sea reconocida como tal de forma unánime por sus pares y por la comunidad internacional.

Juan Manuel Santos dispone en estos momentos de esa oportunidad.

El conflicto, como se viene a denominar a la violencia generada por la guerrilla más antigua del mundo, ha ocasionado 220.000 víctimas en diverso grado, según un informe reciente, ha envenenado la política y la convivencia de Colombia durante décadas y ha impedido el desarrollo económico y el progreso social del país al retraer la inversión internacional y frenar el acceso a la financiación necesaria para la explotación de sus ingentes recursos naturales. Pese al fuerte escepticismo de los colombianos, Santos inició un diálogo de paz con las FARC que, de cuajar, proporcionará un gigantesco impulso al progreso de Colombia y le asegurará a él mismo ese lugar en la historia al que aspira. De fracasar, marcará para siempre su biografía, aunque durante la larga conversación que sostuvimos hace dos viernes en la Casa de Nariño en Bogotá, el presidente argumentó que su agenda política (creación de empleo, reducción de la desigualdad, entre otros asuntos) es más amplia que las negociaciones con los guerrilleros que se desarrollan en La Habana, Cuba.

Al final de la plática, sin embargo, resulta difícil no apreciar el grado de audacia de Santos, seguramente el presidente más anglosajón del país más anglosajón de América Latina —con sus casitas de imitación estilo Tudor pespunteando ciertos barrios de Bogotá—, cuya afición por el póquer, los libros de historia y las biografías de Lincoln, Roosevelt y Churchill resultan hechos conocidos; que pasó casi diez años de su vida en Londres y cuyo inglés exquisito suscita siempre envidias. Es por ello que cuando acabe la entrevista le preguntaré cuánto de la vida y obra de estos santos laicos anglosajones, de su estudio y de su admiración por ellos le han servido de inspiración para imaginar lo que podía hacer él, y lo que podía conseguir Colombia.

—Muchísimo, muchísimo. Yo muchas veces releo apartes que han servido para mí de verdadera inspiración. Y digo: si estas personas lo lograron, por qué no lo puede lograr uno. Es una fuente de inspiración permanente y yo mismo me retroalimento de esa inspiración.

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—¿Conoce usted a muchos gobernantes que hagan lo mismo? Porque yo no.

—Yo tampoco.

Y así terminó la entrevista.

Antes, a lo largo de casi una hora, Santos repasó los riesgos que corre con la guerrilla (“hoy soy más optimista de lo que era hace un año; con eso creo que le digo mi estado de ánimo, aunque sé que lo que falta es muy complicado y muy difícil”), sus posibilidades de resultar reelegido en las elecciones presidenciales del próximo mes de mayo, sus logros sociales y sus artimañas en la gobernación de un país presidencialista cuya fragmentación partidista resulta legendaria y en el que no pocos de sus antecesores vieron naufragar sus planes de reforma, fueran estos ambiciosos o apocados, en las pantanosas aguas de la política nacional.

LA NEGOCIACIÓN

Resulta inevitable que las actuales negociaciones de paz, sus posibilidades de triunfo y sus consecuencias ocupen la mayor parte de la conversación, y es lo primero por lo que le pregunto al presidente. Esta vez “se ha avanzado sin duda alguna como nunca antes en los diversos intentos que se han hecho para negociar la paz con las FARC”, sostiene Santos y coinciden con él todos los observadores en Colombia, aunque no todos ellos para congratularse, de eso hablaremos después. La mayoría, no obstante, sí se felicita de que una pesadilla que ha durado ya más de cuatro décadas tenga visos razonables de acabar —aunque sin creer nunca del todo en la voluntad de los guerrilleros de renunciar a la violencia y al negocio de las drogas, del que obtienen los fondos para aquella—. Otros, dirigidos de forma visible y extremadamente agresiva por el expresidente Álvaro Uribe, le acusan de traicionar a la patria y vender el país a los terroristas. Uribe encabeza una lista electoral al Senado y apoya a un candidato, Óscar Iván Zuluaga, con el objetivo declarado de poner fin a lo que está sucediendo, una catástrofe sin paliativos, según airean en todas las tribunas, con énfasis especial en los miles de tweets, trinos en el español de Colombia, del expresidente. “Uribe trinó hoy que…” es expresión que se repite en las radios y las tertulias del país a propósito de las furiosas invectivas del antiguo mandatario. La mayoría de la población, sin embargo, apoya las conversaciones, aunque duda de que éstas culminen con éxito, según las encuestas. De tal manera que tiene uno la sensación de que ambos procesos se entrelazan de forma tan íntima que no queda claro si la hipotética reelección de Santos a la Presidencia de la República depende más de las negociaciones en La Habana o las negociaciones dependen de que Santos gane los comicios, o las dos cosas al mismo tiempo, o ninguna de las dos, le digo al presidente.

Tengo la responsabilidad de terminar esta tarea, [la paz] sería lo más importante en este país en 50 años

—Yo diría que ninguna. Este proceso debería, en teoría, continuar con o sin Juan Manuel Santos porque este es un proceso, no de Juan Manuel Santos, no de mi Gobierno, es un proceso de los colombianos; y yo he tratado de vender esa idea. Esto es un proceso que todos los colombianos deben apersonarse de él porque somos todos los que vamos a beneficiarnos. Inexorablemente se vincula el nombre de Juan Manuel Santos al proceso porque yo soy el presidente y fui el que lo inicié, pero a mí me hubiera gustado, y me gustaría, que no dependiera de una persona sino que el proceso mismo continuara con o sin Juan Manuel Santos.

—Eso es lo que le gustaría a usted, pero el hecho es que ahora mismo….

—Sí, eso es una realidad que tengo que aceptar; y es una de las razones por las cuales me lancé a la reelección; porque tengo la responsabilidad de terminar esta tarea, de hacer todos los esfuerzos posibles para terminar esta tarea, que sería lo más importante que le ha sucedido a este país en los últimos 50 años. Sabíamos que no iba a ser un proceso fácil, no solamente porque no estamos negociando con unos ángeles, han sido nuestros enemigos durante 50 años. [Pero también porque] los enemigos de la paz han hecho todo tipo de acciones y de propaganda negra para envenenar el proceso, eso también lo teníamos previsto y estamos manteniendo el rumbo, haciendo pedagogía y creo que el país ha entendido que esta oportunidad no la podemos perder.

Yo fui ministro de Defensa, yo sé hacer la guerra y [si se rechazara un acuerdo] continuaríamos con esta guerra muchísimos años

—¿Cree que el expresidente Uribe y su lista al Senado tienen alguna posibilidad de bloquear allí el proceso de paz?

—No, no creo. No creo que el pueblo colombiano cometa ese error.

—¿Cree que aún es posible que haya un acuerdo antes de las elecciones?

—No, yo no creo que sea posible. Todos los temas son complejos y la dinámica misma del proceso nos lleva a concluir que sería irreal decir que vamos a terminar todos los temas antes de las elecciones. A lo que sí aspiro es a que avancemos, que por lo menos cerremos uno o dos temas más.

DOBLE ADVERTENCIA

Santos anunció desde el principio que el pueblo colombiano tendría la oportunidad de pronunciarse en las urnas sobre los eventuales acuerdos de paz acordados con la guerrilla. Se trató de una doble advertencia. A la guerrilla, de que no podían aspirar a más de lo que los colombianos estén dispuestos a aceptar y que el presidente, precisamente por ello, no iba a transigir con cualquier planteamiento por el mero señuelo de firmar un acuerdo. Y al expresidente Uribe: si los colombianos refrendan con su voto el acuerdo, sus admoniciones apocalípticas se vuelven inocuas o ridículas, la decisión última no es de Santos, reside en el conjunto de los colombianos. Ahora bien, si el acuerdo no se cierra antes de las elecciones, habrá que someterlo a un referéndum después ¿Qué haría el presidente Santos en un segundo mandato en el que los colombianos rechazaran ese acuerdo de paz?

La campaña electoral no va a ser solamente sobre el proceso de paz. Hay otros temas que afectan a los ciudadanos

—Pues esa es una hipótesis que yo creo que es muy improbable. Los colombianos, cuando les presentemos el paquete completo, estoy absolutamente seguro de que lo van a comprar, lo van a aceptar y lo van a apoyar, bajo algún sistema de refrendación, que puede ser un referéndum o puede ser otro sistema. Eso está por negociarse también.

—¿Qué otro sistema podría ser?

—En la Constitución hay consulta popular, podemos inventarnos alguno con la contraparte. Es simplemente que la población colombiana tenga la oportunidad de decir lo compro o no lo compro.

—¿Considera usted que tendría suficiente legitimidad para seguir gobernando caso de perder esa consulta? De Gaulle se fue porque perdió un referéndum sobre la descentralización que…

—Yo no he contemplado esa posibilidad. Volveríamos al pasado. Yo fui ministro de Defensa, yo sé hacer la guerra y continuaríamos en esta guerra por muchísimos años más; y continuaría el país avanzando como ha avanzado en medio del conflicto y ha avanzado mucho.

—¿Usted no se sentiría deslegitimado por una votación en contra de los acuerdos de paz?

—Pues sí, sería un golpe mortal al proceso. Y yo creo que afectaría muchísimo la legitimidad del Gobierno. Pero no creo que sea responsable poner todos los huevos en la misma canasta. La campaña no va a ser solamente sobre el proceso de paz; la campaña va a ser sobre otros temas que tienen día a día los colombianos: el tema de empleo, la educación, la salud, las infraestructuras, los temas que los ciudadanos comunes y corrientes tienen ante sí. La elección va a girar también en torno a eso, no solamente en torno a la paz.

—¿No fue un poco ingenuo pensar que un año bastaba? Celebrar elecciones en medio de las negociaciones no resulta quizá lo más adecuado.

—Yo puse el año simplemente como una referencia para evitar algo que resultó inevitable: que se mezclaran la campaña con el proceso. Pero sabía que llegado el momento, si no terminábamos —y era una fecha demasiado ambiciosa, pero uno en la vida tiene que ser ambicioso, si no, no llega a ningún lado— pues inevitablemente se confunde ahora la elección con el proceso. Lo cual no está mal, porque al fin y al cabo el pueblo colombiano tiene que manifestarse sobre asuntos que le atañen y un asunto muy importante es la paz.

—¿No sería quizás razonable suspender temporalmente las negociaciones durante la campaña electoral?

—No veo por qué. Si estamos negociando en medio del conflicto, que fue una de las condiciones que nosotros pusimos, entonces por qué no vamos a poder negociar en medio de las elecciones. Todo lo contrario. Si llevamos una dinámica de progreso esa dinámica hay que aprovecharla. Creo que en eso estamos de acuerdo las FARC y el Gobierno.

TRANSPARENCIA Y SECRETOS

Un punto no menor de polémica en una sociedad democrática consiste en determinar de cuánta transparencia se puede dotar a unas negociaciones cuyo transcurso puede verse afectado de forma notable y aun descarrilar si trascienden los detalles antes que el conjunto final. Los usos generalmente aceptados —y existe una larga tradición en conflictos mundiales que así lo acreditan— exigen secretismo absoluto. Pero este sirve también para que los enemigos del proceso —que los hay en todo proceso— lo aprovechen para sembrar la inquietud entre la ciudadanía y acusar a los gobiernos de traiciones sin nombre, con lo que abren otro frente, esta vez interno, que también pone en riesgo la negociación. Todo ello está sucediendo en Colombia.

—Nosotros acordamos con las FARC mantener en secreto los detalles de las negociaciones hasta que no tengamos el paquete final y eso lo acordamos por un motivo muy fácil de entender: cada punto, analizado individualmente, puede ser sujeto a muchas interpretaciones y a mucha crítica. Es como cuando un pintor está pintando un cuadro y comienza con el 25%, la gente no entiende lo que va a pintar y puede decir ‘qué cuadro tan desagradable’ o ‘qué cuadro tan mal pintado’. El pintor quiere vender su obra cuando esté todo completo. Nosotros queremos vender nuestro acuerdo cuando esté todo completo porque así se va a poder apreciar en su totalidad. Individualmente puede ser muy mal interpretado.

Si estamos negociando en medio del conflicto, por qué no vamos a negociar durante las elecciones

—Porque en alguna de esas partes ya acordadas hay cesiones por parte del Estado que, tomadas individualmente, suscitan rechazo.

—Efectivamente. Por ejemplo, si uno le pregunta al pueblo colombiano: “¿Usted quiere que las FARC se conviertan en partido político?”. La mayoría dice que no, porque tienen en su imaginario las FARC de los últimos 50 años que han venido cometiendo todo tipo de atropellos a la ciudadanía y a la población y al país. Si usted le pregunta: “¿Ustedes considerarían que las FARC puedan hacer política, puedan llegar al Congreso?”. La gente intuitivamente dice que no, que no les gusta eso. Entonces eso individualmente genera un rechazo, pero si uno pinta el paquete completo —y eso lo tenemos muy claro— la gente dice: “Si ese es el precio de la paz, sí”.

—¿Se imagina usted a Iván Márquez [uno de los líderes guerrilleros que negocian en La Habana] sentado en el Congreso?

—Me imagino a representantes de las FARC sentados en el Congreso. De eso se trata el proceso: que dejen las armas y que sigan con sus ideales. Nadie les está obligando a cambiar su manera de pensar, pero que luchen por sus ideales sin armas, sin violencia, sino utilizando las vías democráticas.

—Los detalles no se conocen, pero usted sí los conoce.

—Sí.

—¿Se siente usted satisfecho de lo alcanzado hasta ahora?

—Sí me siento satisfecho porque creo que son acuerdos que le van a hacer en el fondo un gran beneficio al país. En el caso del desarrollo rural, todo lo que se acordó va a significar un gran empuje a todo el campo colombiano, que es donde está concentrada la pobreza y la desigualdad, para adquirir unas inversiones inmensas que tendríamos que hacer con o sin FARC. Y en el caso de la participación política, lo que acordamos fue una profundización de nuestra democracia, un fortalecimiento de nuestra democracia, un refinamiento de los procesos de participación en la democracia. Las dos cosas son cosas muy positivas para el futuro del país.

LA DROGA Y SUS RUTAS

El otro gran escollo consiste en la droga. Que la guerrilla vaya a abandonar un negocio tan lucrativo suscita una enorme incredulidad, incluso entre aquellos que desean fervientemente el acuerdo. El narcotráfico es precisamente el punto que se está negociando ahora mismo. ¿Hasta qué nivel de detalle van a bajar los negociadores del Gobierno? ¿Van a pedir a los guerrilleros que entreguen de forma precisa las rutas por las que sacan la droga, por la Amazonia, por Venezuela? ¿Es ello posible?

Con la guerrilla estamos de acuerdo en un principio: Colombia sin coca

—Lo que le puedo decir es que estamos de acuerdo con un principio: Colombia sin coca. Imagínese usted lo que eso significa. El primer productor de cocaína del mundo durante tantos años que de la noche a la mañana pueda comenzar a desaparecer esa fuente de todo tipo de mal, porque es una fuente de financiación y es un veneno que ha hecho mucho daño, sobre todo a Colombia, pero al mundo entero. Eso para mí es un paso importantísimo y si logramos que conjuntamente podamos avanzar en esa dirección, eso no solamente para Colombia, para España, para el mundo entero, sería de un gran beneficio.

—Pero, ¿qué seguridad tienen de que el acuerdo sea realmente efectivo finalmente, si no se entrega este tipo de información, detallada, técnica, de cómo sacan la droga?

—Yo no le puedo entrar a mencionar en detalle sobre la negociación; lo que le puedo decir es que va a haber un acuerdo para ir desapareciendo el narcotráfico y la producción de cocaína en Colombia.

—¿Va a poder ofrecer al final de las negociaciones a las víctimas toda la justicia que ellas exigen?

—Creo que Colombia ha sido el país que ha dado ejemplo en estos últimos dos años de un país que tiene por primera vez a las víctimas como el centro de la solución del conflicto, por eso comenzamos a repararlas en medio del conflicto. Vamos a terminar estos dos años reparando el mal de 350.000 víctimas, o cerca de 350.000 víctimas, eso es un esfuerzo monumental. Se les va a respetar sus derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación, a la no repetición. De eso se trata la justicia transicional, pero las víctimas también, y eso afortunadamente lo hemos percibido, son conscientes que también hay que hacer sacrificios en materia de sus derechos para que podamos lograr la paz. ¿Dónde traza uno la línea entre justicia y paz? Ese es el meollo del problema y el meollo de la negociación de la justicia transicional.

LA AYUDA SECRETA DE EE UU

“A veces hay que saber hacer la guerra para lograr la paz”, ha repetido públicamente en muchas ocasiones Santos (también lo hace en esta entrevista), sin que quizá muchos sospecharan hasta qué punto la afirmación escondía un mensaje más allá de lo evidente: como ministro de Defensa de Uribe, Santos dirigió una guerra feroz contra la guerrilla, política que prosiguió luego como presidente. Tampoco nadie ha dudado nunca, ni por un momento, de que la ayuda de Estados Unidos en los últimos años ha resultado crucial para acorralar a la guerrilla hasta el punto de forzarla a aceptar una negociación como la que actualmente se está desarrollando en Cuba. Lo que sin embargo permanecía oculto hasta el pasado 22 de diciembre era la magnitud de esa ayuda: un programa secreto de miles de millones de dólares, que incluye escuchas y vigilancia electrónica de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y que no está incluido en el Plan Colombia de 9.000 millones que comenzó en el año 2000 (y que sí es público). A partir de 2006, el programa secreto suministró a las Fuerzas Armadas colombianas un pequeño artefacto que, instalado en una bomba de gravedad, convencional y de escasa precisión, permite a ésta dirigirse con asombrosa exactitud hacia el objetivo previamente localizado con la tecnología de la NSA. El programa está clasificado como secreto y sigue vigente, según reveló en una extensa información The Washington Post. Una de esas bombas acabó con la vida de Raúl Reyes, un alto jefe de las FARC, mientras dormía en un campamento en Ecuador. Otros líderes guerrilleros también fueron eliminados de la misma forma. Para camuflar ante la guerrilla y los observadores militares el uso de esa potente y eficaz arma, el Ejército colombiano bombardeaba campos guerrilleros de forma simultánea con otros aviones, que a su vez arrojaban centenares de bombas para esconder que una sola de ellas, dotada con esta tecnología de precisión, se dirigía en medio del fragor directamente hacia la cabeza del líder elegido. Santos, que según el periódico estadounidense fue clave en el desarrollo de este programa y en su uso contra la guerrilla, declinó comentar detalles con la periodista del Post que publicó la noticia. Tras conocer los pormenores de la historia publicada, no me cabe duda alguna de que más de uno, dentro y fuera de las fuerzas armadas, se habrá hecho la inevitable pregunta: ¿por qué no seguir bombardeándolos hasta acabar con los principales dirigentes?

En el primer productor de cocaína del mundo durante tantos años puede desaparecer este veneno

—Porque han aprendido a defenderse, por supuesto. Ya no es tan fácil.

—Pero esa tecnología sigue siendo muy potente. ¿Son los guerrilleros conscientes de que si no aceptan un acuerdo de paz se enfrentan a una liquidación segura, no en los próximos 50 años, como usted ha dicho alguna vez, si no mucho antes? No parece que 50 años sea el plazo que de verdad usted cree que necesita para derrotar a la guerrilla…

—No, por supuesto que la guerrilla no estaría en la mesa de negociaciones si creyera que por la vía de las armas puede ganar. Eso es evidente, que ya se dieron cuenta que por esa vía no van a lograr sus objetivos; y esa realidad ha sido ayudada por los golpes contundentes que hemos dado en los últimos tiempos y yo he sido responsable de eso porque…

Aquí el presidente se detiene, hace una pausa y por un momento (el momento soñado por cualquier periodista), parece que se dispone a enhebrar el relato secreto de los recientes y exitosos golpes a la guerrilla. Pero no. Reflexiona durante un brevísimo instante, cambia de idea, o al menos así me lo parece, quizá me equivoco, y luego continúa:

—Los golpes a la secretaría [la cúpula directiva, compuesta por siete miembros] de las FARC comenzaron cuando yo asumí el Ministerio de Defensa. Antes, en 45 años no le habíamos dado nunca a un miembro del secretariado, pero tocaba hacer eso para poder lograr lo que estamos logrando… y a veces hay que saber hacer la guerra para lograr la paz.

—Todo ello no hubiera sido posible sin esa ayuda decisiva de Estados Unidos.

Juan Manuel Santos, presidente de Colombia.
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia.Jose Cendon (Getty)

—No solamente la ayuda específica de Estados Unidos con esa tecnología. Nosotros hemos recibido ayuda de muchos países en muchos frentes, ayuda que apreciamos, ayuda que ha sido sumamente útil y hoy podemos decir que tenemos las mejores Fuerzas Armadas en nuestra historia, no solamente en sus capacidades humanas sino en equipos, con tecnología.

—Colombia habrá sido pues uno de los pocos ejemplos en el mundo en el que los esfuerzos de Estados Unidos han resultado un éxito.

—Sin duda. La iniciativa bipartidista de política exterior de Estados Unidos más exitosa de los últimos 50 años sin duda alguna ha sido el Plan Colombia. Y si logramos la paz, entonces es cerrar con broche de oro.

Quizá por ello resulten en Washington más incomprensibles si cabe los ataques de Uribe a Santos. “No estamos acostumbrados a que los expresidentes jueguen un papel tan explícito, opinando de un mandatario en ejercicio”, declaró a The Washington Post Carl Meacham, quien durante diez años supervisó la política sobre América Latina para el Partido Republicano en el Comité sobre Asuntos Exteriores del Senado. “Para nosotros, es muy sorprendente comprobar la intensidad con la que se involucra el presidente Uribe”.

GOBERNAR ES REFORMAR

Llegados a este punto, podría uno pensar que el presidente de Colombia se dedica a dirigir las conversaciones de paz en La Habana y a perseguir a guerrilleros en territorio colombiano en exclusión de todo lo demás, 24 horas al día y siete días a la semana. Pero ni falta hace pisar las calles de Bogotá para comprender que esto no es así. Desde el propio despacho del presidente en el que estamos, a través de las ventanas abiertas, se escuchan los gritos y las proclamas de los partidarios del alcalde de la capital, Gustavo Petro. Alcanzo a distinguir ciertas consignas, “por la dignidad de Colombia” resulta una de las más coreadas, ahogadas todas por un estruendo de músicas de lo que parecen enormes sistemas de amplificación.

Va a haber un acuerdo para que vayan desapareciendo el narcotráfico y la producción

El caso Petro no afecta directamente al presidente. Pero simboliza muy bien algunas de las encrucijadas de la política colombiana, la dificultad de gobernar un país con desigualdades tan profundas, en el que diseñar programas para una mayoría incluyente de la sociedad y también para el establishment resulta harto complicado, puesto que la diferencia entre ambos es tan abismal. Petro es un exguerrillero del M-19 que abandonó las armas hace 25 años. Se convirtió en alcalde de la capital en 2011, el puesto de más poder ocupado por un líder de la izquierda. La mala gestión del servicio de basuras municipales, el recuento de cuyos detalles excedería con mucho este espacio, dañó su popularidad. Analistas independientes consideran que, en general, ha sido un mal alcalde, las clases medias y altas sienten que ha gobernado la ciudad en contra de sus intereses y finalmente, el procurador general, un hombre próximo a la ultraderecha, le inhabilitó en diciembre para ejercer cargos públicos durante 15 años (una decisión judicial de la semana pasada, días después de esta entrevista, suspendió temporalmente esa inhabilitación). La polémica tiene algo de símbolo inquietante para el conjunto de la política en Colombia y las ansias de estabilidad social y progreso económico de sus ciudadanos: hay un caso Petro, pero también el año pasado diversas protestas de cafeteros o transportistas paralizaron parte del país y trastocaron la vida diaria de millones de colombianos, las víctimas y los desplazados por la violencia se quejan de desatención. Todo ello dibuja un profundo malestar social, del que emerge con nítidos contornos el mapa de la desigualdad en Colombia. No sé, le digo al presidente para empezar, si parece razonable que un funcionario no electo pueda destituir a un alcalde elegido en las urnas sin que medie un proceso judicial con las garantías de un Estado de derecho.

—No parece razonable. Pero es la ley. Y la ley hay que cumplirla.

—Supongo que es esa una contestación muy colombiana: resulta inaceptable, pero va a tener que ser así.

—Esa es mi respuesta.

—¿Ese es un mal mensaje para las negociaciones de paz en La Habana? Petro dice: miren lo que pasa cuando uno acepta la vía política, luego viene un funcionario de la ultraderecha y le destituye a uno. ¿O no tiene nada que ver una cosa con otra?

—No tiene nada que ver lo uno con lo otro. Nosotros estamos negociando en La Habana como si no existiera conflicto o terrorismo en Colombia y estamos combatiendo aquí en Colombia como si no existiera proceso de paz.

—¿Y las víctimas y los desplazados? ¿Cuál es el balance de la ley de víctimas que su Gobierno aprobó? Porque, efectivamente, las cifras en su conjunto parecen muy impresionantes, pero también hay reportes sobre la inmensa dificultad para su aplicación en la práctica. A veces parece que el Estado colombiano tenga enormes dificultades de llevar hasta el final leyes que ha aprobado, decisiones que ha tomado, imponer su autoridad sobre terratenientes que se creen por encima de la ley…

—Yo entiendo la impaciencia de muchas víctimas. Pero la ley por eso da un plazo de diez años y no llevamos sino año y medio. Ni siquiera llevamos dos años y el número de víctimas que ya hemos reparado es inmenso. La restitución de tierras: ahí hemos estado más atrasados porque nos tocó montar toda una organización; inclusive nos tocó capacitar jueces agrarios, que nosotros nos habíamos olvidado del derecho agrario; y somos un país muy leguleyo, en donde los procedimientos se respetan y eso dificulta las cosas porque los afectados ponen todo tipo de recursos. Pero vamos avanzando; ya tenemos el esquema funcionando, hay unos términos y por eso yo me siento muy satisfecho de los avances, aunque me hubiera gustado que se avanzara más, sobre todo en la restitución de tierras. A eso le vamos a poner el acelerador.

—Dice usted que Colombia es un país muy leguleyo. ¿Cuánto le ha dificultado eso para sacar adelante sus presupuestos y sus ambiciosos planes de desarrollo? Ha habido quejas, creo recordar que de usted mismo, de que se han producido retrasos indebidos.

—El ritmo de ejecución del presupuesto del Gobierno ha sido el ritmo más alto en la historia reciente del país y eso es una de mis prioridades en todos los Consejos de Ministros, cómo va la ejecución de los programas. Dicho esto, sí hay [retrasos]. Creo que se nos fue la mano, a mí se me fue la mano, en mi estatuto anticorrupción en poner demasiadas trabas y demasiadas condiciones que han hecho difícil muchas veces que funcionarios tomen decisiones. Y eso tenemos que corregirlo.

Las víctimas son conscientes de que tendrán que sacrificar derechos para que se pueda lograr la paz

—¿A qué se debieron las protestas que a lo largo del año pasado paralizaron parte del país? ¿A un malestar de campesinos y trabajadores con sus condiciones de vida, con los precios de los productos que venden? ¿Era un malestar social legítimo? Hubo quien también dijo que detrás estaba la guerrilla.

—Ahí hubo de todo. Hubo protestas legítimas de sectores que han visto que los precios de sus productos, como el caso del café, se han reducido un 70% y han visto su ingreso reducirse un 70% y eso cualquier persona que ve que su costo de producción es mayor al precio de venta sale a protestar y eso es totalmente comprensible. Hay también manipulaciones políticas de personas que estaban pensando y que siguen pensando en las elecciones que ahora se van a realizar dos meses. Hay también factores de presencia de grupos de las FARC que estaban estimulando parte de esas protestas. O sea, había de todo. Y también es la manifestación, y así lo he dicho yo, de protesta por el abandono del campo colombiano, no de este Gobierno ni de los últimos gobiernos, llevamos décadas y el campo colombiano sigue abandonado, entre otras cosas, por la presencia del conflicto. La gente no invierte en el campo porque hay conflicto. Entonces, ese círculo vicioso es el que tenemos que romper para convertirlo en un círculo virtuoso. Si no hay conflicto, el potencial para que Colombia se convierta por ejemplo en una gran despensa de alimentos del mundo —somos uno de los pocos países, según la FAO, de los siete países con mayor potencial para aumentar la producción de alimentos en el mundo— y es lo que yo aspiro a que suceda.

EL ARTE DE CONJUNTAR VOLUNTADES

—El presidente de Chile, Sebastián Piñera, me dijo la última vez que le vi que en América Latina es más fácil ser un candidato de izquierdas que de derechas. ¿Colombia es una excepción?

—Yo diría que en Colombia es mejor ser un candidato de la tercera vía, como soy yo. El concepto de derechas e izquierdas aquí ha tenido tantos cambios que ya la gente se confunde. Pero simplemente por la situación social, lo que dice Piñera es cierto. Es más fácil ser un candidato de la izquierda que de la derecha.

—Pero no aquí en Colombia.

—En Colombia, por la violencia y por la necesidad de mano dura contra esa violencia, la derecha ha tenido más espacio, sin duda alguna. En la medida en que eso desaparezca, el péndulo puede estar girándose a la izquierda.

—Usted había teorizado sobre la tercera vía, incluso publicado libros, pero cuando empezó a gobernar sólo tenía a la izquierda enfrente. Ahora la realidad se ha acomodado a la teoría y en estos cuatro años le ha salido una oposición de derechas [encabezada por Uribe], que le ha montado una campaña de difamación.

—Sin duda y yo me siento muy cómodo cuando me atacan los dos extremos: la extrema derecha y la extrema izquierda. Para mí eso es una inyección de estímulo a seguir adelante en lo que estoy haciendo, porque en cierta forma es una reafirmación de que lo que estamos haciendo es lo correcto.

—Hablando de libros, me cuentan que Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, donde Doris Kearns Goodwin relata cómo Lincoln, tras ganar, coloca a todos sus adversarios en el Gobierno, fue una inspiración para usted, quien intentó algo parecido.

—Me copié de Lincoln. Yo me inspiré en Lincoln y cuando gané las elecciones a mis rivales, los invité y les dije: aquí podemos gobernar juntos porque yo puedo incorporar en mi programa de Gobierno lo que usted estaba proponiendo en esto, en esto y en esto.

—Rafael Pardo, que fue candidato por el Partido Liberal Colombiano y hoy es ministro de Trabajo, Germán Vargas Lleras, candidato por el Partido Cambio Radical, y que ocupó varios ministerios...

—Pardo, Vargas Lleras, hasta los Verdes, en la segunda vuelta, se unieron a la Unidad Nacional. Y eso fue lo que nos permitió pasar reformas impensables. Esas reformas progresistas, que la gente nunca había creído posible que se pasaran en el Congreso, se pasaron por eso, por esa gobernabilidad que yo, si usted me pregunta qué elementos nos han permitido los resultados que hoy podemos comenzar a mostrar, es ese exactamente, el de tener gobernabilidad. Esa gobernabilidad nos ha permitido pasar en el Congreso esas reformas. Hemos hecho el Gobierno más reformista en décadas, hemos logrado aprobar reformas muy audaces que están dando unos resultados sociales como nunca antes y eso para mí es muy satisfactorio, porque éramos uno de los países más desiguales de todo el hemisferio, después de Haití. Éramos el segundo país más desigual en toda América Latina. Ya eso no es cierto. Seguimos siendo un país muy desigual y tenemos que avanzar mucho más. Hemos logrado disminuir el desempleo 40 meses seguidos sin excepción. Ningún país del planeta creo que puede decir eso. Nos queda todavía un camino muy largo por recorrer porque todavía tenemos casi dos millones de personas desempleadas, pero para mí la parte de las reformas sociales constituyen el legado más importante.

La guerrilla no estaría en la mesa de negociaciones si creyera que puede ganar por la vía de las armas

—Visto en retrospectiva, ¿no sería eso también un posible legado, la gobernabilidad?

—Pues sí, yo diría que ese es un buen ejemplo, y el mundo entero aplaude esto que hemos hecho de regular esa unidad nacional. Así se llama, así lo hemos bautizado, el Gobierno de Unidad Nacional, que nos ha permitido lograr esto y yo aspiro que esa unidad nacional se mantenga para lograr la paz, que esa unidad nacional sea la que apoye y concrete la paz en Colombia.

—Ese equipo de exrivales pueden dejar de ser ex y volver a ser rivales en el momento en que usted, dentro de cuatro años…

—Tenga la seguridad que yo en cuatro años no tendré la más mínima posibilidad de aspirar, ni quiero, y cada uno tendrá su libertad de continuar su vida política por el camino que considere más pertinente. Pero creo que ya sobre unas bases de una democracia mucho más sólida, de una democracia mucho más real y una democracia en paz. Y así es más fácil hacer política.

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