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Sin libertad en la ciudad liberada

Raqqa, la primera ciudad siria tomada por los rebeldes, sufre un nuevo régimen dictatorial donde los opositores a los islamistas denuncian torturas y detenciones arbitrarias

Un hombre trabaja en una refinería improvisada en Raqqa, en mayo pasado.
Un hombre trabaja en una refinería improvisada en Raqqa, en mayo pasado. Hamid Jatib (Reuters)

Rimel se piensa bien ante quién se baja los pantalones. Ella diría que ante nadie, no al menos sin protestar y revolverse, sin gritar. Y sin embargo, es ella quien propone ir al baño en una cafetería en Raqqa y desabrocharse los vaqueros hasta arremolinarlos en los tobillos. Sus piernas están estriadas por cardenales más grandes que un puño. Las marcas están frescas, hace poco más de 48 horas que salió de la celda en la que una fusta se cruzó con sus muslos. “No lloré”, reivindica la joven con orgullo.

Rimel Nawfal tiene 26 años, es siria y “activista de la revolución”. Volvió a Raqqa después de dejar sus estudios de Geografía en Latakia y cambió el mapa del mundo por las calles de su ciudad para participar en las primeras revueltas contra el régimen de Bachar el Asad en 2011. Dos años después, cuando el 6 de marzo Raqqa se convirtió en la primera capital “liberada”, creyó ver un nuevo horizonte. Aún no ha dejado de manifestarse, ahora contra los islamistas que gobiernan la ciudad, los mismos, asegura, que le detuvieron junto a un amigo y le dieron la paliza en una celda del Comité de Justicia.

Un puesto de control de los yihadistas de Jabhat al Nusra, afiliado a Al Qaeda, recibe a las puertas de la ciudad, un nudo estratégico en la carretera que une los pozos de petróleo de Deir Ezzor con Turquía e Irak. A los 40 grados del desierto, un par de milicianos vestidos de negro, armados y enmascarados piden ver la documentación de los viajeros. Junto a una garita ondea la bandera de la guerrilla.

Pero realmente son los islamistas de Ahrar al Sham y su sello local, Ummanat al Raqqa, quienes rigen de facto una ciudad que casi ha triplicado sus 240.000 habitantes con desplazados internos de una guerra que ya ha costado más de 100.000 vidas, según la ONU. Su nombre luce en los autobuses que vuelven a funcionar y en la propaganda coránica que compite en los muros con pintadas que exigen derechos civiles. Algunas han sido borradas.

“Jabhat al Nusra lo controla todo”, insiste Omar, un activista de 18 años con marcas de acné. La milicia se ha ganado de sobrenombre sus iniciales con acento inglés (JN, yeien) para evitar las suspicacias de quienes ya se conocen como los muhabarat (espías) del nuevo “régimen”.

Mohamed Nassar y Rimel Nawfal activistas detenidos y torturados por el Tribunal de Justicia en Raqqa.
Mohamed Nassar y Rimel Nawfal activistas detenidos y torturados por el Tribunal de Justicia en Raqqa.Sebastián Castañeda
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“Secuestraron al líder del Consejo Civil (Abdalá Jalil)”, apunta. La institución pretendía ser “un minigobierno hasta que hubiera un Gobierno de transición”, según reconoció a EL PAÍS en abril el propio Jalil, en paradero desconocido ahora. A Omar le vale la sospecha y el miedo para dar su conjetura por válida.

El adolescente es uno de los fundadores de Al Haqna (Nuestro Derecho), una asociación que reivindica un Estado democrático. El movimiento nació semanas después de la liberación. Su imagen, que salpica los muros pintarrajeados con bocetos de la enseña de Al Qaeda en Siria, es una mano que gesticula el signo de la victoria con un dedo enfangado en tinta, exigiendo elecciones.

“Hacemos conferencias sobre los derechos de la mujer o sobre el paso de la dictadura a la democracia”, explica. Acaba de salir de una manifestación como las que se repiten desde la ejecución pública, en abril, de tres chiíes a manos de Jabhat al Nusra. “No queremos que nadie nos imponga su ideología”, se queja. “Hemos pasado de una dictadura, la de Bachar, a otra, la de Al Nusra y Ahrar al Sham”. “Son como él”, protesta Rimel furiosa, en referencia a los radicales, “arrestan a la gente con falsas acusaciones y nos torturan”.

Cuando se presentó en la sede para averiguar qué había sido de su amigo Mohamed, lo primero que preguntó fue quién había legitimado el comité. La respuesta fue escueta: “Dios”. Tuvo que lidiar con un tipo armado a las puertas, con un juez y un investigador hasta saber qué habían hecho mal: “Nos acusaron de hacer chanchullos, de robar el dinero de los musulmanes. Me dijeron: ‘Nos han dicho que vais a dar ese dinero al FSA”. Después le arrestaron por gritar.

“Estábamos en el parque vendiendo tazas con la bandera de la revolución para recoger dinero”, arranca Mohamed Nasar, ingeniero informático beduino de 29 años integrante de Al Haqna. “Dos hombres llegaron y nos dijeron que nos fuésemos en 30 minutos”. Así comienza la historia de los dos días y una noche que el joven pasó en prisión. “Me golpearon, me torturaron, me vendaron los ojos y me dieron descargas eléctricas”, narra mientras da vueltas con la mano a un rotulador del mismo verde que brilla en las pancartas donde se lee “Abajo cualquiera que humille nuestra dignidad”.

La convivencia entre los distintos frentes rebeldes en Raqqa ha sido cualquier cosa salvo sencilla. “[Los islamistas] no quieren ver banderas de la revolución”, asociadas a la oposición civil, sentencia Omar. La ciudad ha vivido ya sus primeros asesinatos políticos. Al menos dos líderes de falanges integradas en el conglomerado del ELS (considerado “más secular”) han sido ajusticiados.

A las afueras de la ciudad atravesada por el Éufrates, Samsa, de 40 años, aún aguarda noticias de su marido, desaparecido hace semanas. “Mi marido era revolucionario. Empezó a ayudar al ELS, traía comida y yo cocinaba para los combatientes. Al Nusra lo arrestó, ¿por qué? ¡Cada día daban una razón diferente!”, cuenta. “Se lo llevaron porque empezó a criticarles, a llamarles ladrones”. Su marido había llegado a establecer un puesto de control junto a otros seguidores del ELS para evitar que se llevasen los tractores del departamento de Agricultura. “Les dijo que eran propiedad del pueblo”. Su hijo, Ala, se ha acostumbrado a la ausencia: “Mucha gente le había avisado de que no se enfrentase [a los islamistas] o le acusarían de cualquier cosa”.

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