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Alemania sabe que necesita a Europa

La UE y el euro gozan de apoyo en Berlín a pesar de cierto escepticismo Los alemanes confían en los países socios, pero están hartos de Grecia

El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Barroso conversa con la canciller alemana, Angela Merkel, la pasada semana en Straslund.
El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Barroso conversa con la canciller alemana, Angela Merkel, la pasada semana en Straslund.EFE

La presentación del nuevo libro de Thilo Sarrazin apenas cumplió su promesa de escándalo. La única pancarta de protesta, que no perturbó el trajín turístico de mayo junto al Hotel Adlon, se dirigía más contra el bestseller racista Alemania se suprime que contra su nueva obra Europa no necesita el euro. La tesis que adorna el prefacio está a la altura de las críticas que lo tachan de racista y promotor del victimismo nacionalista: Alemania, dice Sarrazin, solo aceptó el euro para aliviar la mala conciencia de haber asesinado a seis millones de judíos e invadido a sangre y fuego a todos sus vecinos durante la II Guerra Mundial. Acierta Sarrazin en que, si quieres que un libro dé que hablar, lo mejor es abrir alguna controversia sobre nazis o judíos. Tampoco yerra en varios diagnósticos sobre los errores de construcción del euro, que él vio de cerca cuando era funcionario del ministerio federal de Hacienda en el Partido Socialdemócrata (SPD). Su nuevo superventas niega, sin embargo, que Alemania se haya beneficiado de la Unión Monetaria.

A Sarrazin, igual que a otros críticos del euro como el exjefe de la patronal alemana Hans-Olaf Henkel o el líder de la derecha populista británica Nigel Farage, les gusta arrogarse la dignidad de voceros de la “gente de la calle”. Los discursos incendiarios y antialemanes de Farage, sin ir más lejos, encuentran notable eco en las redes sociales españolas. Pero en los mercados de barrio y en las tiendas caras del centro de Berlín es tan difícil dar con entusiastas del euro como con detractores. La moneda única se percibe aquí como una concesión alemana, que sacrificó el marco en aras de la integración europea. El euroescepticismo, sin embargo, no tiene el eco político que alcanza en Francia.

Esta semana, la portada del diario económico Handelsblatt mostraba al euroescéptico Henkel haciendo papiroflexia con billetes de euro y anunciando su posible candidatura electoral en una lista independiente. Los reporteros del diario le conceden “hasta un 20%” de votantes potenciales. Si uno da crédito a la portada que el diario de Fráncfort concede a Henkel, las horas del euro parecerían estar contadas.

“Yo ya soy incapaz de tomar en serio a Henkel”. No obstante, el diputado federal Michael Fuchs, de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Angela Merkel, explica que “la fiesta ha terminado” para Grecia. Fuchs fue elegido por sufragio directo, no por lista electoral, para representar en el Bundestag a la circunscripción renana de Coblenza, que es una ejemplar localidad de provincias. Allí, sus votantes “piden explicaciones sobre la crisis”. El tiempo apremia, hay elecciones en 2013 y el diputado admite sin rodeos: “quiero que me vuelvan a elegir”.

Grecia es la piedra en el zapato del europeísmo alemán, sobre el que Fuchs pide que “no se albergue ningún tipo de duda”. Los votantes “entienden mejor cualquier propuesta de ayuda a España, por ejemplo, que a Grecia; hemos llegado al límite” de la generosidad. Si los griegos deciden romper los acuerdos con sus acreedores, no le cabe duda de que “se van a quedar sin dinero y asumirán la consecuencia”. En Coblenza “la gente entiende que hay problemas y está dispuesta a más sacrificios para socios como España, allí hacen esfuerzos serios.”

En el instituto de opinión Forsa, en Berlín, Peter Matuschek ve esa línea entre Grecia y el resto de los países de la Eurozona. “Se ha extendido la noción hicieron trampa”. Todavía hace dos años, cuando se desataba la grave crisis, “la mayoría de los encuestados se mostraba solidario”. Hoy “esto ha cambiado drásticamente”. Matuscheck responde con ironía al supuesto 20% que obtendría un partido antieuro: “en 2009, el 18% se imaginaba votando al partido de Horst Schlämmer”. Es una figura ficticia creada por un cómico bastante popular, una especie de Borat alemán. ¿Y la portada del Handelsblatt? El corresponsal capitalino de un prestigioso diario alemán pedía que no se citara su nombre al zanjar: “Handelsblatt quiere ser el Bild de los economistas”.

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El populista diario Bild, de enormes tirada e influencia, ha jugado un papel crucial en el desprestigio de Grecia. Pero también el semanario Der Spiegel le dedicó hace unas semanas un número muy crítico y comparativamente desapasionado. A tenor de lo que se publica y lo que se escucha en la política alemana, la situación de de Grecia depende solo de lo que decidan votar en las legislativas de este mes. El “fin de la fiesta” griega, sin embargo, no se percibe aquí como el fin del proyecto europeo ni tampoco del euro. Desde que cayó el primer ministro Italiano Silvio Berlusconi, a finales de 2011, Grecia encarna a ojos alemanes la indisciplina presupuestaria y la mala gestión. Sobre el resto, las opiniones son mucho más suaves.

Una reciente encuesta del instituto estadounidense PEW señala que las simpatías europeas han aumentado, al contrario de lo que sucede en España. El 59% de los alemanes opina, con razón, que la economía de su país “se ha fortalecido por la integración económica europea”. En 2009, año de la Gran Recesión, opinaba así el 50%. En España, en cambio, la idea ha caído del 53% al 46%. El 50% opina que la UE ha debilitado la economía española. Del mismo informe cabe destacar, además, la buena opinión de España que guardan los alemanes. El 71% de ellos tiene una buena imagen del país, que valoran sólo por detrás de Francia y… de sí mismos. Los griegos, por su parte, se consideran a los europeos más trabajadores y se reservan para sí la segunda mejor nota de los seis principales países del euro.

El veterano socialdemócrata y politólogo emérito Peter Lösche explica que “el europeísmo alemán tiene raíces muy profundas e identitarias”. La generación de la posguerra vio en Europa una meta ilusionante y alejada de los horrores nacionalsocialistas. Las generaciones jóvenes “no se entienden a sí mismas sin Europa”. Esto explicaría que, pese la división de opiniones (al 50%) sobre los beneficios del euro, el 69% de los alemanes sea favorable a mantenerlo.

Con el espantajo del euroescepticismo alemán aparentemente neutralizado por las encuestas, cunde la preocupación sobre las necesidades empresariales. El enorme crecimiento de sus exportaciones hacia China, (el 34% solo en 2010) demuestra que Alemania orienta su economía hacia Asia y alimenta el miedo a que termina independizándose de sus principales clientes, que son sus socios de la Eurozona. Hans Kundnani explicaba este jueves en los aledaños de la reunión anual del think-tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores que “China sólo representa menos del 6% de las exportaciones alemanas, frente al más de 40% que se quedan en Europa” Pero añadía que “las empresas siempre se fijan en el crecimiento.”

China “se podría convertir en el principal país importador de productos alemanes”. El valor simbólico de este sorpasso podría alimentar la fantasía de independencia. Para Kundnani, el desplazamiento hacia Asia “responde a la crisis europea” y a la caída de la demanda en la eurozona. Pero en China acechan dos riesgos: primero, las tensiones políticas y económicas de los últimos meses, que para algunos analistas podrían desembocar en una auténtica crisis. Además está la tendencia china a copiar los productos que importan, que ya ha aniquilado la industria solar alemana. Quedan unos diez años para que sean capaces de fabricar coches comparables a los Volkswagen alemanes. Así que la idea de que Alemania pueda emanciparse de Europa es “cosa de una minoría poco significativa y profundamente equivocada”.

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