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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vivir en el aeropuerto

Personas que no tienen casa han encontrado en las instalaciones aeroportuarias un refugio en el que pernoctar

Marcos Balfagón

Un aeropuerto se parece mucho a una gran ciudad. Todo funciona durante todo el día. Hay turnos nocturnos y diurnos; a primera hora se levantan las persianas de tiendas y quioscos y el personal entra y sale de sus puestos de trabajo en una cadencia que no se detiene. Pero ni llueve ni hace frío, y eso hace de estos lugares un paraíso para quienes no tienen otro techo que el cielo estrellado. Como en la película Aeropuerto,las instalaciones de Barajas (igual que las de El Prat) se han convertido en el refugio de unos ciudadanos que también están en tránsito, pero no de una ciudad a otra, sino de una vida que fue mejor a otra que no saben cómo será.

Para estos transeúntes vivir en el aeropuerto tiene enormes ventajas respecto a vivir en la calle. De entrada, están calientes, tienen lavabos limpios y confortables donde asearse y no deben esperar demasiado en una cafetería para que pasajeros con prisa se levanten dejando en la mesa restos de comida y bebidas sin consumir. Y el paisanaje suele ser gente educada, que va a lo suyo; ni molesta ni quiere ser molestada.

Por eso, la condición para poder vivir durante largo tiempo en ese privilegiado entorno de maletas y pantallas cambiantes es poder pasar inadvertido, no parecer un sin techo, y sobre todo, comportarse como un pasajero más. Para lograr esta metamorfosis es preciso, sin embargo, conservar una personalidad estructurada, cierto equilibrio mental y unas habilidades sociales que no están al alcance de muchos de los pobres que duermen junto a los cajeros automáticos.

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Con las crisis se aprende que la pobreza es una condición que puede asaltar a cualquiera. Hay pobres ahora que hace unos años se autodefinían en las encuestas como de clase media. Las dificultades han golpeado a muchos que nunca antes habrían imaginado que un día tendrían que ir a Cáritas o a un banco de alimentos a por comida. Y, sin embargo, eso ocurre. La treintena de personas que viven en la T-4 de Barajas no tiene trabajo y ha perdido su casa. Tienen que encontrar un modo de vivir la pobreza que no sea entre cartones, en la calle. Y eso no es digno de una sociedad que quiere ser justa y equitativa y que, por esa razón, necesita encontrar soluciones, aunque sea difícil.

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