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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Campamento de verano

Estuve un rato escuchando y viendo al presidente del gobierno hablando de "fin de la cita" con un eficaz traje azul eléctrico. La duquesa de Palma se va a Suiza para que sus hijos no se enteren del Instituto Noos.

Boris Izaguirre
La infanta Cristina con sus hijos el pasado 11 de julio.
La infanta Cristina con sus hijos el pasado 11 de julio. europa press

La comparecencia del presidente de Gobierno, Mariano Rajoy me pilló en circunstancias un tanto agitadas. En el edificio donde vivo habían cortado el agua repentinamente, porque por un aumento de presión en la residencia religiosa del primer piso estalló una tubería que inundó el piso inferior, donde se almacenan alfombras antiguas. “Hay daño”, explicaba el hijo del portero al azorado cura con sotana que lleva la gerencia de la residencia. ¿Quién soy yo para criticar a nadie?, pensé recordando al papa Francisco.

Acudí al Programa de Verano en Telecinco sin duchar. Cuando llegué se me advirtió, con esa cortesía brusca de la televisión, que como mucho tendría siete minutos de intervención porque el resto se lo “tragaba” la comparecencia. Estuve un rato escuchando y viendo al presidente de gobierno hablando de “fin de la cita” con un eficaz traje azul eléctrico que podría recalificarse de azul evasivo, muy en el tono de lo que decía. Estaba ahí, evadiéndome, cuando sucedió el famoso “me equivoqué”, tan pensado y tan electrificante que sus compañeros de partido empezaron a aplaudir de tal manera que debían apoyar los codos en sus escaños para vigorizar sus palmas. Pero lo que de verdad cautivaba mi atención era el anuncio, en la esquina superior derecha de la pantalla, de un programa llamado Campamento de Verano. Resultaba confuso. ¿Era autopromoción o querían decirnos que era eso, un campamento de verano con nuestros parlamentarios? El hecho de que no se reunieran en su sede habitual sino en el Senado, porque hay obras de mejora (ja, ja), sumaba el aspecto de campamento al duelo político. Las ovaciones cerradas de una bancada ante el silencio absoluto de la otra, parecían una de esas pruebas de los realities de Telecinco que tanto han martirizado a Lucia Etxebarria.

Quedaba claro que el verdadero líder del campamento es el chico malo, Luis Bárcenas. Nunca ha estado mas presente. Lo imaginábamos en Soto del Real delante de la tele sonriendo y haciendo peinetas, “ya verán en septiembre cuando vuelva a hablar”... Y esta vez al Financial Times.

Terminada la comparecencia, iniciado agosto, el agua volvió a mi edificio. Pero también las cartas de pago a Hacienda, que podrían obligarnos a mi esposo y a mi a fingir que somos eternamente jóvenes y refugiarnos en la residencia estudiantil de abajo o a convertirnos con un “me equivoqué” ante el cura con sotana. Afortunadamente, fuimos invitados por unos amigos a Ibiza. Solo podemos veranear bien si nos invitan. Nuestras visitas son cortas, tres noches como máximo pero no conseguimos evadirnos del todo porque en la isla pitiusa todo el mundo hablaba de las inspecciones de Hacienda y de la falta de cobertura. “Es peor que la plaga de medusas, todos estamos investigados, como afectados, no sabemos ponernos de acuerdo y nadie quiere reconocer la inspección”, esgrimía una persona muy celebre, muy amiga y muy investigada. Éramos como otro campamento de verano y, como en el Senado, se ovacionaban todas las opiniones. “Si pagamos todos las sanciones, reactivaremos el crédito hipotecario”, se escuchó y hubo pitadas. Se grito también lo de ¡Todos a la cárcel! Y hubo brindis. De pronto, dos famosos, entre arroces y gambas de paellita, discutían las maneras de su inspectora de Hacienda…¡Hasta que descubrieron que compartían la misma! Y un magnifico humorista de televisión sentencio: “Imagínatela viendo la tele y, como si estuviera en un bingo, anotando: este lo inspecciono, y este también, y tu bonita, también”. Un nuevo reality: “Inspectora de famosos”.

Afortunadamente se airearon otros temas. Lo de que las chicas que aportan ambiente en la lujosa planta baja del restaurante Cipriani de Ibiza incomoda a las señoras clientas porque perciben algo encubierto pero descubierto de ropa. Hasta que alguien consiguió la cobertura suficiente (porque se ha roto un cable submarino y no hay manera ni de ver los whastapp de Julio Iglesias y sus conquistas) para enterarnos de que la Infanta se exilia en Suiza. “Qué divina”, dijo alguien. “¡Es que es millonaria, que suerte!, dijo otra más escotada. Y con toda razón. Antes los que se exilaban en Suiza eran dictadores, grandes ladrones o estrellas retiradas del jazz o del rock. Ahora es la duquesa de Palma, con sus hijos, para que no se enteren del Instituto Noos. Aunque no será sencillo duquesa, porque en los colegios de Suiza los alumnos son unos linces, hablan cinco idiomas, saben todo de Snowden, de Manning y también de Noos y Aizoon. Pero no lo olvidemos: el exquisito exilio entronca con una tradición familiar. Ya lo vivió el abuelo de la infanta, Don Juan, que hizo una buena fondue bajo la bandera helvética y antes la reina Victoria Eugenia, que se estableció en Lausana como un reloj de cuco. O sea, una familia que lleva el chocolate suizo en las venas. “Me pido de reyes una varita mágica o un papá como el Rey”, sugirió malévolo, un comensal. “Que te consiga todo de un golpe: trabajo, permiso de residencia, matricula para los niños en pleno verano”. Gran ovación en su parte de la mesa.

Otros en cambio pensábamos, igual que Rajoy, cuanto nos hemos equivocado, confiando en nuestros propios méritos para intentar ser mejores. Y así estamos, cobrando por achicar agua y el cura con su sotana esperandonos con el ecce homo detrás de la puerta.

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