_
_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pétrea determinación

La Constitución no es pétrea, y eso es bueno, pero la voluntad de los nacionalistas sí lo es

Jorge M. Reverte

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el anterior president de la Generalitat catalana, José Montilla, coincidieron hace unos días en el Senado en una importante idea, la de que la Constitución no es pétrea, o sea, que se puede cambiar. El asunto salía a flote —cómo no— a cuenta de los planes soberanistas del aprendiz de brujo Artur Mas, que ya tienen hasta fecha.

Rajoy hacía una pregunta retórica: “¿Qué es una España federal?”. La lanzaba en realidad al aire porque sabía que no tenía respuesta, porque tampoco nos la han dado a los demás quienes la defienden, que son los socialistas y poco más. Y no tienen mucho tiempo para hacerlo, porque los ritmos que se ha marcado la oportunista coalición de convergentes y Esquerra Republicana son rápidos. Quieren hacer una consulta a los catalanes en 2014.

La novedad de esta propuesta es solo novedad en nuestro tiempo inmediato, porque ya estuvo en la bronca política en los años veinte y treinta del siglo pasado, cuando hombres tan respetables como el médico August Pi i Sunyer reclamaban el derecho a decidir apoyándose en una desastrosa concepción del presidente norteamericano Woodrow Wilson pensada para resolver problemas de fronteras (sobre todo étnicas) en Europa y, después, problemas de independencia de los países coloniales. Se llamó derecho de autodeterminación.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En esa filosofía heredada de las negociaciones para resolver los problemas de la gran guerra es en la que se apoya el discurso de ERC. Desde este partido independentista se carga sobre la estrategia internacional una gran parte de la fuerza necesaria para salir airosos. Porque en ERC saben que por la vía legal actual, que incluiría una votación de todos los ciudadanos españoles, los objetivos serían prácticamente imposibles, al menos a medio plazo. Esa estrategia de ERC es, por tanto, de busca de apoyos internacionales bien fundamentada por la existencia de conflictos (no violentos) hasta conseguir, por hartazgo, que se ponga en marcha la consulta. Mientras tanto, el trabajo político e ideológico en la sociedad catalana tiene que conducir a obtener una gran mayoría social que haría insostenible el no de España a las ansias de independencia de una parte de Cataluña.

Es cierto que el camino ya ha sido comenzado con un cierto éxito, por mucho que pueda fracasar ahora. No sabemos si hay mayoría en Cataluña para una propuesta de independencia. Pero sí sabemos (basta con darse un pequeño paseo por allí) que hay una sensibilidad a flor de piel en la calle y que muchos de los paseantes más inocentes se creen eso de que “España nos roba” a pies juntillas. Se lo creen de veras. No los grandes empresarios, no todos los habitantes del cinturón industrial. Se lo creen las clases medias, y se lo creen gran parte de las élites ilustradas. En la Universidad, desde hace muchos años, las tesis soberanistas son hegemónicas.

Al discurso de la rapiña española se suma el sentimental. En palabras de Pi i Sunyer en 1930, “los catalanes amamos (a nuestra lengua) igual que amamos a nuestra madre y al campanario de nuestra aldea”. El ministro Wert se ha encargado de actualizar ese discurso, ya preparado por la dejadez de unas décadas en las que los partidos españoles hicieron oídos sordos al ruido que anunciaba el paso del castellano a segunda lengua. Ante este panorama es muy peligroso volver a esquivar el problema. Porque no hay un discurso de la misma potencia con el que enfrentar al triunfante del soberanismo.

El discurso antagónico tiene que surgir de la propia Cataluña, por mucho que a todos nos competa. Del PP, de Ciutadans y, sobre todo, del PSC. Sobre todo, porque es una fuerza con capacidad (que hay que volver a demostrar) de montar mayorías que incluyan a esas clases medias urbanas que ahora le han dado la espalda. Un nuevo discurso que ya no se puede parecer al de todos estos años. La defección de Ernest Maragall y compañía, anunciándose de una forma sucia en plena campaña electoral como partido socialista “genuinamente” catalán, ha roto los equilibrios de antaño que hacían del PSC una fuerza comandada por nacionalistas y votada por españoles. ¿Federalismo? Nos lo tienen que explicar ya. Con un discurso claro que incluya las cuentas bien hechas y el sentimentalismo en sus dosis. Como decía alguien tan sobrio y exacto como Francesc de Carreras, alguna consulta habrá que hacer llegados al punto en que estamos. Para saber todos de qué hablamos cuando se pronuncia esa frase del “derecho a decidir”.

Porque la Constitución no es pétrea, y eso es bueno, pero la voluntad de los nacionalistas sí lo es. No van a parar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_