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Columna
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Susurros y sonrisas

Se multiplican en las librerías los estudios sobre la obra de Keynes. Tres cuartos de siglo después sigue vigente

Joaquín Estefanía

Puede ser casualidad que coincidan en los escaparates de las librerías al menos tres obras sobre Keynes, casi ocho décadas después de aquella en la que el economista de Cambridge tuviera su etapa más fecunda. O puede que no, y que ahora haya que repetir aquello que uno de sus oponentes post mortem, Milton Friedman, escribió: “Hoy todos somos keynesianos”.

El primero de los libros es un clásico en España: 28 años después de que Javier Pradera lo publicase en Alianza, y siendo inencontrable el texto, una nueva editorial (El Hombre del Tres) se estrena con Keynes, su tiempo y el nuestro, del recordado Luis Ángel Rojo, con un prólogo nuevo de Julio Segura. Si se trata de su tiempo, la obra de Keynes es revolucionaria; si se analiza desde el nuestro, es fácil apreciar sus insuficiencias. Si sus ideas alimentaron la ilusión de que habíamos encontrado el camino para lograr una regulación más certera y precisa de las economías, la crisis en la que estamos significa su cuestionamiento.

Volver a Keynes, de Axel Kicillof (Clave Intelectual y Eudeba), es una obra densa sobre una obra densa: la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Es paradójico que alguien que escribía tan bien como Keynes, que exigía la claridad como norma, hiciese de su obra magna un texto farragoso y casi inaccesible. Kicillof se adentra en ella para desmontar algunas de las ideas de ciertos keynesianos (keynesianos bastardos, los llamaba Joan Robinson), y para desarrollar las que siguen siendo vigentes en la actualidad.

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Por último, Gilles Dostaler, que fuera profesor de Economía de la Universidad de Quebec, se adentra en las teorías de Keynes relación con el paro (Keynes y el desempleo, ediciones Maia). Nuestro economista consideraba el trabajo como el único factor de la producción, interpretando los recursos naturales o el capital como el marco en el que opera ese factor.

En los textos se subraya el hecho de que la importancia de Keynes no está en su condición de progenitor de las políticas de estímulo, ya que hay gobiernos que han estimulado las economías con políticas enfermizas (las guerras o el actual neoliberalismo de Estado), sino en proporcionar una teoría general que explica cómo caen las economías en los agujeros y en indicar las políticas e instituciones necesarias para mantenerse fuera de ellos.

Hace ya bastantes años que Robert Lucas, premio Nobel, declaró con la suficiencia de los economistas arrogantes que los participantes en los debates tendrían que soltar “susurros y sonrisas” cada vez que alguien presentara ideas keynesianas. Ese mismo Lucas fue quien en 2003, ante la Asociación de Economistas Americanos, dijo que el problema central de la economía (la prevención de las depresiones) se había resuelto ya, en términos prácticos, hacía muchas décadas. La Gran Recesión se encargó de contradecirle; la multiplicación de estudios sobre Keynes gira esos “susurros y sonrisas” hacia otros barrios del pensamiento económico.

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