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Lendoiro se va del palco

El presidente que construyó el gran Dépor deja la presidencia el 21 de enero

Augusto César Lendoiro, en una imagen de archivo.
Augusto César Lendoiro, en una imagen de archivo.amador lorenzo (zuma press)

Cuando irrumpió en el fútbol acababan de llegar Ramón Mendoza y Jesús Gil. Fue antes de que lo hicieran Paco Roig, Lopera o Caneda. Profetizó la llegada de ejecutivos a sueldo a la gestión del balompié y transitó entre ambos mundos sin teléfono móvil e imponiendo un horario de trabajo que convirtieron en legendarias sus negociaciones hasta el alba. Ahora, con 68 años, anuncia que se marcha del palco, no que se jubile. Augusto Joaquín César Lendoiro dejará el Deportivo el 21 de enero tras ser derrotado en una junta de accionistas en la que la fraccionada propiedad de la entidad se pronunció más en clave de futuro que de pasado. El dirigente al que nadie negó cuando dijo que el futbol había hecho más por promocionar A Coruña que la Torre de Hércules deja 160 millones de euros de deuda y una sociedad en causa de disolución. También seis títulos y una inolvidable aventura futbolística.

“Sin riesgo no es posible despegar”. La sentencia define la peripecia de Lendoiro y está extraída de un ensayo suyo titulado Deporte, política y fútbol de bolsillo (1978), en el que muestra retazos de un ideario que evolucionó hacia la práctica, pero también hacia la contradicción.

“Sin riesgo no es posible despegar”, es la sentencia que define la peripecia de del mandatario del club coruñés

Tenía 33 años, pero ya llevaba cerca de 20 al frente del Ural, un club de fútbol base que fundó de adolescente. Había sido además uno de los impulsores, ypresidente, del Liceo de hockey patines, surgido de la nada para ganarlo todo, espita para forjarse fama de eficaz gestor y aterrizar en el fútbol de élite por más que cumplidos los 40 su relación con el Deportivo se resumiera en un paso sin brillo como futbolista del equipo juvenil.

Vinculado al fútbol aficionado, ni siquiera era asiduo a los partidos de Riazor. “El Deportivo, que defiende a capa y espada el ser el ombligo deportivo de La Coruña, no ha querido o no ha sabido granjearse las simpatías de los clubes modestos”, escribió en aquella incursión literaria. Pero en junio de 1988, con el Liceo campeón de Europa y el Deportivo al borde de la defunción, Lendoiro semejaba el hombre idóneo para mandar en Riazor.

Vinculado entonces a una aventura profesional en el campo de la publicidad, siempre tuvo querencia por buscar la frase impactante, el eslogan que definiera cada momento. El de su llegada al Deportivo fue “Camina o revienta”, el mismo que popularizó El Lute, cuya película biográfica estaba en candelero. El club tenía una mochila de 500 millones de pesetas de deuda, 5.000 socios y acababa de salvar el descenso a Segunda B en el último minuto de la última jornada. Tres años después estaba en Primera con más de 20.000 abonados. Fue entonces cuando Lendoiro ante una plaza de María Pita atestada lanzó un grito que muchos entendieron como una boutade, pero que derivó en profecía: “¡Barça, Madrid, ya estamos aquí!”.

Lendoiro muestra el trofeo de la Copa conquistada en 2002 a los aficionados desplazados al aeropuerto de Alvedro.
Lendoiro muestra el trofeo de la Copa conquistada en 2002 a los aficionados desplazados al aeropuerto de Alvedro.EFE

El primer año entre los grandes el equipo se salvó en la promoción contra el Betis, pero para entonces Lendoiro ya había jurado que no iba a pasar más hambre. En una época sin parabólicas firmó a un internacional brasileño del que apenas se tenían referencias en Europa y con el que se citó en el vestuario del Bragantino, el club paulista al que defendía. Allí, sobre una camilla, firmó Mauro Silva el contrato que cambió el destino del Deportivo porque abrió el camino que semanas después recorrió Bebeto, al que Lendoiro convenció cuando tenía un pie en el avión para irse a Dortmund. Acudió a su casa y le llevó unas favorecedoras fotografías para hacerle ver que A Coruña era una suerte de pequeño Río de Janeiro, le explicó que en Alemania no cesaba de nevar y regaló a su mujer un collar de cerámica de Sargadelos.

El fútbol asistió a la eclosión de un directivo tenaz, pleno de retranca, siempre con un as en la manga. Lendoiro paladeó el triunfo y aparcó alguna idea de juventud. “O el trabajo de años o la mediocridad. O la lucha por la cantera o el déficit galopante”, había escrito. El éxito fue inmediato y llevó al Deportivo a las puertas de una Liga que un error de Djukic le dio al Barcelona. Supo recabar apoyos y crédito, por el camino encontró el plan de saneamiento y los primeros grandes contratos con las televisiones. Fue un intrépido, el primero en desafiar a la FIFA para lograr una compensación económica por ceder futbolistas a las selecciones. Le acusaron de llevar al césped una ONU poco antes de que las alineaciones de las grandes escuadras se convirtieran en multinacionales. Cuando tamizó esa idea y llegó un técnico cartesiano como Javier Irureta, ganó la Liga. Para entonces, en 2000, Lendoiro ya era un presidente profesional. “No vengo a ganar dinero”, dijo al acceder al cargo. Cuando al emerger las sociedades anónimas se planteó remunerar a los directivos fue taxativo. “Conmigo que no cuenten”.

Deja tras él el poso del jugador que se quedó sin bazas y lega una deuda mastodóntica

Durante 12 años compaginó la presidencia del club con la gerencia de un colegio y una carrera política en el Partido Popular, primero como jefe de la oposición en el Ayuntamiento de A Coruña y luego como rector del deporte en la Xunta presidida por Manuel Fraga. Fue senador, congresista y dirigió la Diputación coruñesa. A mediados de 1999, tras 12 años vinculado al PP y tres intentos fallidos de derrocar a Francisco Vázquez de la alcaldía de A Coruña, la misma formación política que había tratado de sacar rédito de su popularidad decidió arrinconarle. Tardó poco en recibir una oferta de trabajo: la federación de peñas del Deportivo proponía cambiar los estatutos de la sociedad para asignarle un sueldo y obligarle a poner el foco sólo en el fútbol. “Tendrá un sistema de incompatibilidades tan rígido que no podrá ni ser presidente de su comunidad de vecinos”, ilustraron los promotores de la idea. Lendoiro se esforzó en dejar claro que estaba al margen de esa iniciativa, hasta el punto de que repartió los votos pertenecientes a sus acciones en las urnas del sí, del no y de la abstención. Y sin que apenas nadie lo cuestionara se le ofreció cobrar el 1% del presupuesto anual del club. Tardó un mes en decidirse. “Tengo que hablarlo con la familia”. El 23 de diciembre de 1999 dio una respuesta positiva en una rueda de prensa en la que brotó la emoción. “Lo estoy anunciando y siento que estoy terriblemente nervioso”, confesó. Seis meses después el Dépor ganó la Liga y Lendoiro pasó de cobrar 61 millones anuales a ingresar 99,5.

La Liga del 2000 y el dinero de los derechos de televisión en la Champions le animaron a redoblar apuestas en una voraz política de fichajes para armar plantillas de hasta 40 jugadores capaces de pelear con los mejores del continente. La defensa de la cantera quedó atrás. “Competir con jugadores de la casa es complicado. Los grandes no los utilizan”, dijo.

Lendoiro, con el brasileño Bebeto, en una imagen de 1994.
Lendoiro, con el brasileño Bebeto, en una imagen de 1994.EFE

Old Trafford, el olímpico de Múnich, Highbury, el Parque de los Príncipes, Delle Alpi o San Siro vieron triunfar al Dépor. Tanto fue el fulgor que cuando comenzó a divisarse alguna alarma pocos atendieron. “En 2002, cuando el Centenariazo, debíamos 178 millones de euros”, confesó Lendoiro. La deuda y la necesidad de liquidez le invitaron a promover una ampliación de capital justo en la cumbre, en la víspera de la semifinal de Liga de Campeones contra el Oporto, en la primavera de 2004. “Los milagros tenemos que hacerlos entre todos”, fue el lema. Ni hubo final, ni se cubrieron las expectativas económicas porque apenas se frisaron los 4 millones de euros de ingresos respecto a los 60 que esperaba.

Al año siguiente el equipo bajó su estatus, se marcharon Irureta, Mauro Silva y Fran y se emprendió un camino menos lustroso hasta Segunda en 2011. “En el mundo empresarial no diferencian entre ser el 17 o el 18; en el fútbol es vida o muerte”, ejemplifica Lendoiro, que huyó hacia adelante para regresar a Primera con un equipo que cuadriplicaba el presupuesto de sus competidores, el canto del cisne antes de que los embargos le empujaran al concurso de acreedores. Su ahora probable sucesor, el empresario coruñés Constantino Fernández alude a un “problema relacional”. Lendoiro ha sido duro de roer. Se enfrentó a políticos, vetó a medios, pleiteó con representantes y su relación con la asociación de exfutbolistas del club es nula. “Hace falta un cambio”, dice Donato, autor del gol que abrió la consecución del título de Liga. Apenas un ex jugador de esa etapa, Jaime Sánchez, ha encontrado hueco en el club.

Lendoiro se marcha y deja detrás un poso agridulce, el del jugador al que se le acabaron las bazas y lega una deuda mastodóntica tras llevar durante dos décadas la ilusión a un entorno que siempre tuvo ínfulas de grandeza. “Y el fútbol son ciudades que compiten contra ciudades”, reflexiona. Todavía muchos se preguntan cómo fue posible la epopeya. Miguel Ángel Lotina, uno de sus entrenadores, ofrece una respuesta que invita a la reflexión: “Ahora le van a dar por todos lados los que antes le abrazaban, pero al Dépor le ha pasado lo que a tantos, con la diferencia de que ganó. Lendoiro merece un respeto, se equivocó, pero como el 90% de los españoles, que debemos mucho dinero. Pedías una hipoteca de 30 millones para el piso, la ampliabas, comprabas un coche y te ibas de vacaciones. ¿Por qué en la deuda de las personas de la calle se critica a los bancos y en la de Lendoiro no?”

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