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Esencia yoruba de Roberto Fonseca

Fuerza, ritmo y espiritualidad en la presentación en directo del último disco del pianista cubano en Madrid

Roberto Fonseca durante su concierto en Barcelona
Roberto Fonseca durante su concierto en BarcelonaJorge Guido

El piquete original que participó en la grabación de Yo, el último disco del pianista cubano Roberto Fonseca, era de 15 instrumentistas, cantantes y percusionistas, incluidos nombres grandes de África, como Baba Sissoko, Sekou Kouyate, Fatoumata Diaware o el cantante senegalés Assane Mboup, de la orquesta Baobab. A la sala Arena de Madrid llegaron sólo seis músicos, y africanos únicamente Sissoko, pero para que fue aquello: fuerza, espiritualidad y ritmo es lo que sobró en el escenario, y también hubo fuego, y tormentas, y cacerías y escaladas al Kilimanjaro pues el concierto fue un gran viaje a las raíces de la tierra a la vez que una búsqueda del corazón común que late entre Cuba y África.

Desde el primer momento y el primer tema, que fue Siete Rayos, quedó demostrado de que se trataba la historia. Las cuerdas primitivas del ngoni de Baba Sissoko y la percusión africana se unieron al piano de Fonseca para trasportar al público a un lugar remoto y gracias a la programación electrónica –una de las claves de la propuesta de Yo– se escuchó la voz gruesa del poeta Nicolas Guillén rindiendo homenaje a los yorubas – "yoruba soy, lloro en yoruba lucumí / como soy un yoruba de Cuba/quiero que hasta Cuba llegue mi llanto yoruba..."–.

En esta canción, igual que en Bibisá, Fonseca condensó el espíritu del disco: tocar las raíces africanas pero sin olvidarse de Cuba.

Siete Rayos es el nombre del dueño del trueno y de la música en la religión de Palo Monte, y esta divinidad fiestera dio paso a 80s, tema intenso y juguetón que hace referencia a la época en que en Cuba se bailaba sin complejos y que puso a la gente a gozar. El concierto se calentó y entonces la batería de Ramsés Rodríguez, pura dinamita, y la percusión cubana de Joel Hierrezuelo, iniciaron una carrera loca con el piano de Fonseca y la guitarra soberbia de Chicoy y ya no pararon en toda la noche.

Una a una fueron cayendo las canciones de Yo y siempre con el mismo guión: fusión y respeto por la tradición

Una a una fueron cayendo las canciones de Yo y siempre con el mismo guión: fusión, respeto por la tradición, mezcla de instrumentos y de voces primitivas con elementos electrónicos y de programación, todo al servicio de un discurso lírico y espiritual con el que Fonseca hoy se siente a gusto y comprometido.

Quién soy yo, otra pieza de ese rompecabezas, llegó con ritmos de África, toques de samba brasileña y buceando en diferentes estilos de la música cubana, todo un lujo y un ejercicio de introspección.

Alguien del público comentó: "esto parece música cubana, pero no lo es; parece música africana, pero no lo es; parece música brasileña, pero tampoco lo es". Es lo que pretendía Fonseca.

Al solo de piano de la balada Así es la vida, un golpe de serenidad en medio de tantas sensaciones potentes, le siguió San Miguel, fuera del disco, y el ecuador de la noche llegó con Bibisá, canción de Baba Sissoko que funciona a modo de un mantra. La voz del músico de Mali sale desde las profundidades de la tierra. Bibisa fue una de las perlas más trabajadas y una de las más aplaudidas.

En la sala Apolo de Barcelona, donde el grupo se presentó el pasado 9 de mayo, hubo problemas con los ordenadores. No en Madrid. Muchas de las voces originales del disco, como la de Fatoumata o los versos de Guillén, se acoplaron perfectamente a los músicos de Fonseca en la sala Arena, donde se cerró el espectáculo con Gnawa stop, tema de Hierrezuelo que lleva al oyente a un estado de trance, y puede ser bajo un árbol de África o en un solar de La Habana.

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