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Tribuna
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El resto (y todo) es silencio

Pujol y Ferrusola solo hablaban para decir que todo era mentira

Foto: atlas | Vídeo: VIDEO: ATLAS

Es el 23-F y España se rompe por Albacete a la misma hora en que, a 400 kilómetros de distancia en línea recta, Marta Ferrusola les suelta a los comisionados que no tienen ni idea de lo que pasa en su casa (en la de ella, por supuesto). Y remata: “¡No tenemos ni cinco!”. La comisión ha estado esperando a que llegara la mujer del expresidente Jordi Pujol y también los periodistas, los fotógrafos que aguardaban inquietos objetivos en ristre para oscarizar su entrada en la Sala de Grups. Había comparecido Pujol a las tres de la tarde, pasó una hora hablando (o algo por el estilo) y como hasta las cinco no le tocaba a ella, el personal salió al pasillo a matar el tiempo.

Pujol y Ferrusola solo hablaban para decir que todo era mentira

A diferencia del hijo mayor de ambos, Jordi Pujol Ferrusola, que, dentro de un orden, sí aceptaría contestar a las preguntas, el padre y la madre se acogieron a su derecho de no responder. De este modo aguardaba el revoltijo de políticos y periodistas: un poco con la expectación felliniana de una fiesta de pueblo; pero sobre todo becketianamente, esperando a escuchar a una señora que no habla. Un bosque de sombras crece en cada silencio de la familia Pujol, y que no dieran lugar a esto es lo que le pedían, casi imploraban, uno por uno, cada cual en su turno, los ilustres diputados de la comisión al anciano matrimonio.

Pero Pujol y Ferrusola solamente hablaban para decir que era mentira podrida todo lo que se había contado acerca de ellos en las sesiones anteriores. El excoronel de la Guardia Civil miente, el exjefe de prensa del expresidente también miente... (y es cierto que, desde que se inventó el divorcio, todos los ex mienten). “¡Una locura colectiva!” concluyó Ferrusola. Cuando el diputado de Iniciativa per Catalunya le preguntó si se sentía “fracasada como madre cristiana” al ver a seis de sus siete hijos imputados, Marta Ferrusola se mantuvo firme en el registro de folletín, línea Los misterios de Barcelona: “Van con una mano delante y otra detrás”, contestó. Al final, el grupo parlamentario convergente le hizo un bonito discurso de despedida y así salió de la sala la mujer del expresidente en dirección norte, que es como se va a Andorra.

Tampoco dijo nada el expresidente, pero de otra manera, es decir, leyendo un escueto comunicado que apenas duró cinco minutos. Durante el resto de su hora, Jordi Pujol representó un Shakespeare con voz a veces vehemente y otras íntima, si bien siempre un punto impostada. “Dicen, dicen, dicen...”, este era el latiguillo que recogió de una de las intervenciones, y lo estuvo repitiendo hamletianamente para desacreditar a quienes le preguntaban, pero sobre todo para que nadie hablara de otra cosa. Así fue como la frase fue contagiándose entre todos los presentes. Jordi Pujol es muy bueno creando cortinas de humo, envolviéndose en banderas, utilizando trucos a los que nadie puede resistirse. “Dicen, dicen, dicen...”, de Hamlet pasaba a Yorick, se reía de lo que no le gustaba y explicaba que se le había agotado la pila del audífono o se sorprendía de que aún quedase un grupo parlamentario por intervenir: “¡Ah! ¡Falta un grupo, falta un grupo...!”. Si en su anterior comparecencia, Pujol había abroncado a los parlamentarios para no tener que decir nada, y así recurrió a la tragedia, en ésta tiró de drama. Antes de cerrar su comparecencia, el presidente de la comisión observó: “Somos poco útiles si hemos de publicar silencios".

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