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Las nuevas tecnologías no logran ninguna pista en la búsqueda del holandés de Petín

Los investigadores envían al juez el informe con las imágenes termográficas y de sónar El resultado de las pruebas y del rastreo ha sido negativo

Termografías de la zona encuadrada en rojo en la foto aérea en la que se distinguen los objetos entre la vegetación por la temperatura.
Termografías de la zona encuadrada en rojo en la foto aérea en la que se distinguen los objetos entre la vegetación por la temperatura.CONDOR GEORRADAR

Ni rastro de Martin Verfondern. Lo que no pudieron encontrar en 2010 los perros de rastreo, los buceadores y los equipos de rescate en alta montaña, tampoco han podido hallarlo en 2014 las últimas tecnologías aplicadas a la búsqueda de desaparecidos: un helicóptero equipado con cámaras especiales (una geotérmica, que distingue los objetos por su temperatura, y otra de infrarrojos) y una zodiac armada de sónar de barrido lateral, capaz de detectar objetos extraños bajo el agua. La desaparición, hace cuatro años, del holandés afincado con su esposa en la aldea en ruinas de Santoalla (Petín), sigue siendo un misterio porque su búsqueda en la difícil orografía de la comarca ha vuelto a fracasar.

Hace dos semanas, durante toda una jornada de domingo, la Guardia Civil, el Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga) y la empresa Condor Georradar, que puso los medios de forma desinteresada, volvieron a peinar el monte y el embalse de Santa Baia casi convencidos de que esta vez sí que habría resultados positivos. Si el coche y el cuerpo del holandés seguían en aquel contorno -explicaba en su día el impulsor de esta nueva expedición, el forense del Imelga Fernando Serrulla- con las nuevas técnicas tendrían que aparecer. De vuelta a sus instalaciones en Madrid, Condor Georradar, que también ha trabajado en el caso de Marta del Castillo y la búsqueda de los hijos de Bretón en la finca de Las Quemadillas, revisó en el ordenador todas las fotografías recogidas. A finales de la semana pasada, el informe con las conclusiones y varias de estas imágenes fueron entregadas en el juzgado de Instrucción número 2 de O Barco de Valdeorras, que había autorizado las nuevas pesquisas.

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Pero en las miles de imágenes tomadas con estas cámaras especiales (era la primera vez en España que se buscaba un coche engullido por el paisaje con termografía aérea) no se ven ni el Chevrolet Blazer de Martin Verfondern ni su conductor; tampoco ninguna pista sobre el terreno, objetos desprendidos o rastros de un accidente, que sin duda, según los especialistas, podrían detectarse cuatro años después. Bajo las aguas del pantano al que pudiera haberse precipitado el coche desde una curva complicada de la carretera, se localizó con el sónar de barrido lateral una vieja edificación. Y en los terrenos que rodean esta ruta de montaña, todo a lo largo desde Petín hasta la apartada aldea en la que vivía Verfondern, en las imágenes termográficas se identificaron dos coches abandonados. Pero ninguno de ellos era el raro modelo que conducía el holandés el 19 de enero de 2010, cuando fue visto por última vez enfilando desde la rotonda de la capital municipal el camino de su casa.

Imagen del embalse de Santa Baia tomada con el sónar de barrido lateral. En el fondo, enmarcada, aparece una construcción.
Imagen del embalse de Santa Baia tomada con el sónar de barrido lateral. En el fondo, enmarcada, aparece una construcción.CONDOR GEORRADAR

Ahora el equipo de investigadores ya sabe, al menos, dónde no tiene que buscar si retoma nuevamente los rastreos. Es preciso ampliar la búsqueda a zonas mucho más alejadas e insistir en algunos puntos oscuros de la montaña, inaccesibles por medios aéreos. Una fuente del caso se refiere a ellos como "pozos de vegetación", barrancos hondos y estrechos cubiertos de maleza en los que puede seguir oculto el Chevrolet si es que el malogrado vecino de Petín se despeñó. A estos lugares solo se puede llegar a pie. A pesar de que la Interpol activó una búsqueda internacional que llegó a Sudamérica, la esposa de Verfondern, Margo Pool, todavía residente en Santoalla, siempre sospechó que su marido yacía en algún recodo de aquel macizo montañoso.

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