_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cultura del pelotazo de goma

No he visto cicatrices de las concertinas en los inmigrantes que llegan al Segrià o el Bajo Cinca, pero las acarrean en su relato

Repaso las imágenes de la Guardia Civil en la playa de Ceuta, las siluetas de los uniformes, los cascos, las escopetas y el cabeceo de los inmigrantes que llegan a nado. Se escuchan los disparos y los insultos. Ya en tierra, uno de los guardias civiles empuja y tira al suelo a uno de los inmigrantes, que acaba arrastrándose de puro agotamiento. El guardia civil que derrumba al náufrago no sabe hasta qué punto ese gesto lo hunde a él, a sus amigos, a sus hijos si los tiene. Cada bala de goma es un bumerán.

Algunas de esas siluetas que emergen y que dan gracias a Dios por hollar la playa, llegarán dentro de tres meses hasta el Bajo Cinca o el Segrià con la esperanza de que la campaña de la fruta les dé algún día de trabajo. La escena se repite verano tras verano con hombres que nadaron hasta la misma playa desde hace más de dos décadas. Una vez aquí la odisea de la vida y del trabajo es menos arriesgada pero interminable, Ulises o Sísifo. Algunos de ellos solo cambian las chozas cercanas a la frontera de Ceuta y Melilla por las de los pajares de los alrededores de fincas y pueblos.

En el Segrià y el Bajo, Cinca los inmigrantes procedentes del Sahel compiten con marroquíes, rumanos y búlgaros. Hay localidades que incrementan un 50% su población cuando llega el verano. El porcentaje de trabajadores llegados de otras partes de España es insignificante, y eso en un país con un 27% de paro y que genera noticias de desnutrición infantil. Puede que haya seis millones de parados pero nadie quiere trabajar en el campo. No me digan que suena demagógico, que ya me lo digo yo mientras escribo, pero la realidad es terca. A dos casas de la mía viven más de sesenta rumanos contratados en origen. Al otro lado, dos familias búlgaras reforman una casa vieja. En diagonal, tres argelinos que después de años de trabajo quieren traerse a sus novias. Hay municipios del Bajo Cinca y del Segrià que son la prolongación natural de Ceuta y Melilla, la geografía a veces tiene estas ironías.

Hay municipios del Bajo Cinca y del Segrià que son la prolongación natural de Ceuta y Melilla, la geografía a veces tiene estas ironías

El cultivo de la fruta dulce necesita mano de obra no especializada y sobre todo, resistente al trabajo. En las empresas se pagan sueldos base pero casi nadie se arriesga a trabajar sin contrato. Hasta donde yo sé, no busquen grandes bolsas de fraude ahí. Los sueldos son básicos y los márgenes bajísimos para poder llenar las decenas de miles de tiendas de fruta y verduras que se han abierto por todas partes y donde todos nos quejamos de lo caras que van las mandarinas: el bumerán.

Si el guardia civil que dispara la pelota de goma tuviese dos dedos de frente vería que el verdadero destinatario del proyectil es su hijo. Cada vez que se levanta una valla en Ceuta las leyes de la física levantan otra en territorio español. El gobierno de Zapatero instaló vallas tridimensionales al tiempo que continuaba construyendo los muros para sus propios ciudadanos. Continuó cementando la España del pelotazo de Solchaga, el gran proyecto político compartido por la derecha y la izquierda, quizás el único proyecto español, ese pelotazo que toma la trayectoria de un bumerán y cuya defensa y prolongación son los sueldos cada vez más bajos. Al final, puede que el guardia civil que hunde al náufrago sea un pobre diablo y que alguien hunda a su hijo con la misma saña e ignorancia que él.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

No he visto las cicatrices de las concertinas en los inmigrantes que llegan hasta el Segrià o el Bajo Cinca, pero les aseguro que se pueden ver decenas de ellas en el relato que acarrean consigo. Son el reverso de las cicatrices de todos y cada uno de los casos de desastre moral que ha acompañado el devenir del Estado español, empeñado en construir vallas para sus propios ciudadanos, vallas preferentes, vallas eléctricas, vallas de peajes y tarjetas Visa de todo tipo y adecuadas al tiempo, al lugar y a la ocasión, sanitarias o universitarias. Me imagino, de manera simétrica, el inexpugnable muro del paro, atávico y en constante reparación para que nadie lo salte, a la espera del próximo pelotazo. La imagen de la playa es ubicua y el paisaje español cada vez más africano: si en Ceuta es la Guardia Civil la que dispara al náufrago, aquí son las élites del poder (eléctrico, gasístico o bancario) quienes disparan pelotas de goma contra los españoles que pretenden llegar a sus playas.

Si en Ceuta es la Guardia Civil la que dispara al náufrago, aquí son las élites del poder quienes disparan pelotas de goma contra los españoles

Las imágenes de Ceuta son las del límite, las del agente con sueldo y trabajo de pena en las fronteras con África que comprueba cómo los más patrióticos patriotas saltan atléticamente las de Andorra o Suiza, es decir, las de la moral. Él, pringado en Ceuta, sus parientes en el paro, Blesa en la Vega de Sicilia, la monarquía de safari con balas de verdad y la pasta gansa de los ERE esnifada y malmetida: solo puede aspirar a hundir al inmigrante que llega.

Decía Lluís Bassat el pasado domingo en este periódico que el producto España es malo. Discrepo, no se trata solamente de un producto, no solo era la economía, pobres tontos de nosotros, era la moral. Lo certifican los economistas y los equipos de rescate, que hemos tocado fondo.

Francesc Serés es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_