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crítica | teatro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pompas (fúnebres) de la burbuja inmobiliaria

‘Ejecución hipotecaria’ es un ‘thriller’ airado y sin ambages, interpretado a saco por un elenco catalizado por Juan Codina

Javier Vallejo
Ensayo general de 'Ejecución Hipotecaria' en la sala Mirador de Madrid.
Ensayo general de 'Ejecución Hipotecaria' en la sala Mirador de Madrid. LUIS SEVILLANO

Detrás de toda burbuja, hay un Pep Bou soplando. La inmobiliaria no se hubiera inflado como se infló a finales de los noventa de haber mantenido el Gobierno de Aznar las deducciones al alquiler y las exenciones a la tributación del ahorro colocado en fondos de inversión, y de no haber tirado el Banco de España los tipos de interés del 9% al 3% en tres años. Ejecución hipotecaria, afortunado debut teatral del guionista Miguel Ángel Sánchez, es un thriller airado, tejido en torno a la especulación, el drama de 581.000 familias españolas atrapadas en pisos que valen menos de lo que adeudan por ellos y la tragedia de los desahucios.

El autor madrileño traslada a nuestro país acontecimientos sucedidos en Alemania en 2012, cuando una comisión judicial intentó proceder al desalojo domiciliario de un parado, que se lo puso difícil. El comienzo y el final de la obra son los del suceso: lo que pasa entremedias, durante la violenta hora y media de entrevista que mantienen Carlos Moreno, propietario en situación de impago; el secretario judicial, su ayudante, la abogada del banco, un agente policial y Hugo, cerrajero pillado entre dos fuegos, es invención pura, pero extremadamente verosímil.

Ejecución hipotecaria

Autor: Miguel Ángel Sánchez. Intérpretes: Susana Abaitua, Sonia Almarcha, Elia Galera, Juan Codina, Adolfo Fernández, Rafael Martín e Ismael Martínez. Música: Mariano Marín. Luz: Pedro Yagüe. Escenografía y vídeo: Eduardo Moreno y Pau Fullana. Dirección: Adolfo Fernández. Sala Mirador. Del 30 de enero al 16 de febrero.

Tras un prólogo tan breve como necesario para plantear una situación cuyos pormenores conviene no desvelar, Sánchez lleva a sus personajes directamente a un conflicto donde los enreda progresivamente hasta la asfixia final, salvo durante dos retrospecciones que hacen palpable el contraste entre el Carlos trabajador y amante devoto y el ángel vengador en el que se transfigura cuando llegan los miembros de la comisión. “¿Sabéis cuál es la única diferencia trascendente entre vosotros y yo?”, les espeta: “Que tenéis trabajo”.

Para sostener sin desmayo dramático el conflicto, hace falta un elenco kamikaze. Adolfo Fernández, coproductor y director del espectáculo, lo ha encontrado en casa (casi todos sus actores estaban ya en Naturaleza muerta en una cuneta o en montajes suyos anteriores), salvo al protagonista. Susana Abaitua, Ismael Martínez, Rafa Martín y el propio Fernández imprimen cotidianidad a sus personajes, los sumergen en un clima extremadamente tenso sin acusarlo ellos y dicen con teatralidad bien gradada un texto coloquial, sin deslizarse nunca en el costumbrismo ni en el realismo televisivo.

Sonia Almarcha se biloca sutil pero rotundamente en dos papeles antagónicos, que el autor y la imaginación de Carlos están a punto de hacer converger, y Juan Codina imprime al hombre entre la espada y la pared una dignidad magnética, una honestidad oscura, serena desesperación y una punta de locura imprevisible. Él es el catalizador oportuno de un espectáculo radical.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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