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Libres pero desubicados

Entre 2010 y 2011 llegaron a España 767 cubanos: 115 presos políticos y sus familiares El Gobierno no prorroga sus ayudas aunque solo una minoría ha encontrado trabajo Quieren hacer visible "desamparo", pero no tienen medios y no están organizados

Carmen Pérez-Lanzac
Medio centenar de cubanos, expresos políticos y sus familiares, durante su protesta en Sol.
Medio centenar de cubanos, expresos políticos y sus familiares, durante su protesta en Sol.

A los presos políticos cubanos que llegaron a España hace un año se les han acabado las ayudas. Vinieron -“les trajeron”, insisten ellos-, bajo un convenio según el cual España se haría cargo de su manutención durante un año, prorrogable otro más. Pero el Gobierno ha decidido cortar la ayuda. A pesar de su marcada postura anticastrista, el PP no oculta que ve al alrededor de 600 cubanos que permanece en España como un problema heredado del PSOE y en concreto de Moratinos, que fue quien (con ayuda de la Iglesia católica) logró llegar a un acuerdo con Raúl Castro para su puesta en libertad. Los expresos se encuentran en una suerte de fuego cruzado entre dos partidos políticos, ellos que cayeron presos por su aversión al régimen castrista, y en un país en crisis que les abre pocas posibilidades para rehacer sus vidas.

En total llegaron a España 115 expresos más 650 familiares. Parte del grupo se marchó a Estados Unidos, un puñado a Chile y a la República Checa. Al resto, el Gobierno los repartió por España (Madrid, Valencia, Málaga, Gijón, Barcelona, Gualajara…). Tres ONG se han ocupado de ellos -CEAR, Cruz Roja y ACCEM-, pero un año más tarde, muy pocos de ellos han logrado ser independientes y encontrar trabajo, como confirma Cruz Roja, que atiende a 168 de ellos. “Menos del 10%, han encontrado trabajo estable”, dice José Javier Sánchez Espinosa, su subdirector para migraciones. A falta de datos detallados de la situación del grupo, los propios cubanos han empezado a elaborar su censo, tarea lenta y compleja por su dispersión.

El fin de las ayudas públicas tiene a los cubanos asustados. Les está sucediendo por goteo, pues llegaron en varias tandas. En todos los casos, al cumplirse un año de su llegada. En abril de 2011 aterrizó el grupo más nutrido: 37 expresos y sus familiares. Ahora, justo 12 meses después de aquellas fotos con las manos en señal de victoria, a la mayoría les han cortado las ayudas (el alquiler de un piso más entre 180 y 300 euros por persona). Ellos se sienten abandonados y han decidido unirse para hacerse oír. Una tarea complicada, pues están desperdigados, no disponen de medios y no se manejan en el nuevo país. Hoy tenían previsto organizar una manifestación en Madrid. Unos sesenta se reunieron a las 10 de la mañana en la Puerta del Sol. Algunos arrastraban todavía las maletas, recién llegados de las ciudades que les dieron acogida: de Málaga, de Asturias, de Gijón… Su intención era recorrer la ciudad haciendo entrega Ministerio por Ministerio “y hasta La Moncloa” de una carta denunciando su situación, pero ni siquiera tenían consensuado el texto que entregar. La marcha tuvo que ser abortada, la operación resultó un fiasco. Los expresos cubanos quieren hacerse oír, pero no saben cómo.

Lo que sí saben es lo que no quieren parecer: "maleantes" en busca de limosna. Por eso decidieron vestirse de chaqueta y corbata, cosa que hizo la mayoría. “Somos personas honradas y honestas que queremos trabajar, que no nos identifiquen con ningún vago”, dice Arturo Suárez, uno de los líderes del grupo, que en este tiempo asegura sólo ha trabajado un mes de “buzonero” (metiendo publicidad en los buzones). “Para acallar a esos que dicen que para acá los que hemos venido somos delincuentes”, añade Julio Vicente, recién llegado de Gijón con otros cuatro familiares. “Hemos venido en un coche de un amigo español, porque hay amistades que valen un millón de pesos”.

Los cubanos, muchos de los cuales llevaban meses sin verse, más que a manifestarse, dedicaron su encuentro en Sol a ponerse al día en corrillos y a hablar con los medios. El caso del periodista Albert Santiago Du Bouchet, que se suicidó el pasado día 4 en Las Palmas, es para todos el reflejo de la precaria situación en la que se encuentran (el secretario de Estado para Iberoamérica, Jesús Gracia, ha declarado que no ve una “relación directa” entre ambas cosas). "Yo llevaba 17 años preso cuando se me planteó o viaja España o se queda en las mazmorras del régimen castrista”, dice Lázaro Alejandro García, de 44 años. “No disponíamos de información de cómo iban a ser las cosas aquí, uno supone que teníamos que tener las condiciones mínimas garantizadas, pero ni me imaginé esto que acontece hoy”. “No queremos una ayuda vitalicia”, apunta otro de ellos. “Queremos que se cree la posibilidad de encontrar un empleo y poder hacer una vida normal”.

Un problema "heredado"

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El Gobierno ya ha declarado que los cubanos serán tratados “como cualquier ciudadano en situación legal que pueda necesitar ayuda”, según el secretario de Estado para Iberoamérica. Estudiaran caso por caso su situación, sin anteponer su condición de exiliados políticos. Lo contrario sería discriminar al resto de personas en una situación similar, afirma Gracia, que considera el de los cubanos un problema “como tantos otros” heredado del Gobierno socialista porque las cosas “se hicieron sin pensar”. Desde Cruz Roja, Sánchez Espinosa explica que el trato recibido por los cubanos no difiere del que reciben otros exiliados. “Las ayudas a los solicitantes de asilo son por un tiempo máximo de 12 meses, prorrogables solo en casos de extrema necesidad, aunque es cierto que en otras circunstancias la inserción laboral habría sido más fácil”, concede.

En uno de los corrillos charlan varios expresos recién llegados de Valencia. Misael Mena, de 31 años (11 de ellos preso), llegó en noviembre de 2010 y subsiste sin ayudas desde hace cinco meses. En este tiempo sólo ha trabajado una semana limpiando una tienda y de comercial “vendiendo tarjetas de móvil”. Algunos días le acogen Osbel Valle y su hermano Miguel Ángel. Este último resume así su situación: “Yo me vine con mi hermano porque sabía que esto iba a ser duro. Él estaba acostumbrado al ritmo en las cárceles castristas. Es como coger a un león de la selva y soltarlo acá. Además, hasta los siete meses de nuestra llegada no nos dieron permisos de trabajo. En ese tiempo se sobrentendía que habría un programa de integración, pero no se ha hecho, ni siquiera nos han subvencionado el carnet de conducir, que lo exigen en muchos trabajos”. Los hermanos Valle tampoco han encontrado trabajo aunque lo buscan, y como prueba aportan un folio fotocopiado en el que se anuncian: “¿Necesita fuerza laboral para limpieza y terminación de obras, pintura, albañil, ayudante de albañil u otros donde necesite esfuerzo físico?”. Y dos números de teléfono móvil.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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